Pese a ser la crisis económica la preocupación número uno de los españoles, los partidos políticos, a lo largo de 2014, han ido girando su discurso hasta concentrar sus mejores energías sobre cuestiones de principios democráticos. En la agenda oficial lo llaman, “regeneración democrática”. En toda Europa no hay un solo país en que la clase política se haya olvidado de lo importante, la crisis económica, para estudiar reformas que afectan, esencialmente, a su propio estatus como actores de la vida pública.
Este sorprendente cambio responde a un conjunto de causas. Toda la basura amarilla de los expedientes de regulación de empleo y de los planes de formación andaluces no ha servido para que los socialistas hicieran la autocrítica que corresponde. En paralelo, el escándalo del “caso Bárcenas” tampoco ha provocado una depuración en la cúpula del PP. El bipartidismo se ha parapetado tras las togas de sus abogados y está a resultas de lo que deparen los procesos judiciales. Para compensar tanta corrupción, los actuales líderes compiten en propuestas regeneradoras, con un ímpetu a la altura de las montañas de porquería que dejaron atrás. El caso más llamativo es el Pedro Sánchez que mejora el legado de Robespierre en materia de depuración. No hay que preocuparse porque en vez de dirigir el terror lidera la risa. Tan pronto disuelve el Ejército como deja a los tertulianos sin merienda. El caso es dar la nota.
La regeneración democrática ha recibido un impulso decisivo con la irrupción de Pablo Iglesias en la escena política. Ya nadie habla de ciudadanos, trabajadores o contribuyentes, sino de gente. Todos somos gente. Viva la gente. Pablo Iglesias ha inoculado el virus de Podemos en la clase política. Cayo Lara está desahuciado y Pedro Sánchez imita a Pablo cual benjamín al primogénito: pese a la diferencia de estatura le valen sus camisas. Lo peor de la banca no es su afición a los paraísos fiscales, sino el gusto por las tarjetas opacas. Lo más grave de los banqueros no está en la huelga de créditos, sino en las cuentas de los restaurantes. Y en ese plan. En línea con ese discurso, de impostada preocupación ética y declarada inanidad intelectual, lo que España necesita no es reformar su estructura socioeconómica, sino un conjunto de gestos para la galería. Si quiere regenerar que empiece por su propia casa, retirando el 20% de avales para competir en las primarias. ¿O le gustan los candidatos únicos?