El Impuesto de Sucesiones y Donaciones centra el debate entre los partidos del centro-derecha y el PSOE. Foro y PP proponen eliminar el impuesto por considerarlo discriminatorio para los asturianos en relación con tantos españoles de otras comunidades autónomas. El PSOE mantiene su vigencia pero introduce modificaciones que rebajan la cantidad a pagar en determinados supuestos. Hasta ahora había algunos aspectos entre absurdos e irritantes, como que todo aquel el que recibiese un euro por encima del mínimo exento se le aplicaba la tarifa sobre toda la cantidad heredada. Verbigracia: si recibía de los progenitores 150.000 euros, pagaba cero, pero si recibía 150.001 euros, le tocaba pagar miles de euros. A partir de ahora, en este supuesto, el gravamen sólo se aplicará sobre un euro que es la cantidad que sobrepasa el mínimo exento (150.000). Ahora bien, los elementos fundamentales del tributo, como es el gravamen y el mínimo exento, se mantienen inamovibles. No niego que producirán algún alivio las modificaciones anunciadas, pero si se quiere atenuar la discriminación que sufren los asturianos en relación a los habitantes de autónomas cercanas, habría que elevar sensiblemente el mínimo exento, poniéndolo, por ejemplo, en el medio millón de euros.
Javier Fernández dice que la modificación del Impuesto de Sucesiones no es electoralista. Tiene razón. No hay ningún sitio mejor que los programas electorales para anunciar iniciativas para el próximo mandato. La etiqueta de electoralismo es un arma arrojadiza con la que quieren anular los que no tienen ideas a aquellos que se atreven a manifestarlas. Hay que recelar de los candidatos que no proponen mejoras concretas, que reducen las propuestas electorales a generalidades sin compromisos específicos. De lo que adolece el programa socialista es precisamente de compromisos tangibles, al menos eso es lo que se pudo deducir de la conferencia política del PSOE dedicada a la cuestión del programa. En las semanas previas a las elecciones se debe hablar, también, de cifras concretas de inversiones, planes de empleo, compromisos sociales, así como de la política de alianzas. No se puede estar demonizando a la derecha en los mítines y al día siguiente de la investidura echarse en brazos de ella. Los electores no pueden votar a ciegas, como ocurre ahora. Sólo a los candidatos que hablen alto y claro se les podrá tomar en serio.