Rajoy nos muestra su naturaleza hiperactiva, el domingo arenga a los jóvenes desde Salamanca y el lunes participa en un concurrido desayuno de trabajo donde expresa sus deseos de ser el candidato del PP a la Presidencia del Gobierno en las elecciones generales de fin de año. A la hora del desayuno, o en cualquier otro momento del día, Rajoy se manifiesta como un político conservador pasado por el filtro de la idiosincrasia gallega que añade tanta carga de escepticismo a las afirmaciones que deja siempre un poso de duda, de forma que todo es de color blanco hasta que pasa a ser negro: “no tengo intención de provocar ningún cambio en el partido, aunque si lo tuviera, tampoco se lo diría”. Conclusión: es probable que no haga cambios en el PP, pero tampoco se puede descartar que los haga.
El presidente del Gobierno dijo que el PP “va a ganar las elecciones porque es garantía de estabilidad y seguridad; un seguro para el conjunto de los españoles” Así opina un registrador de la propiedad, pero España no está habitada por 46 millones de registradores de la propiedad; la estabilidad y la seguridad, en genérico, no aparecen nunca en las encuestas del Centro Superior de Investigaciones Sociológicas como las principales preocupaciones de los ciudadanos. A la gente le preocupa el paro, que sigue siendo el rasgo específico de la crisis económica en nuestro país con cinco millones y medio de desempleados, y le preocupa la corrupción, sobre la que Rajoy habla muy poco, limitándose a repetir que las instituciones funcionan.
El conservadurismo español hace mucho tiempo que abandonó la batalla política, tienen una pereza invencible para confrontar en los debates con la izquierda. El asunto viene de lejos, de muy lejos, y se podría decir de forma resumida que el alejamiento y la apatía de los conservadores españoles por la lucha política viene de un periodo en que los militares hacían ese trabajo. Como este juicio dicho de manera sumaria se presta a torcidas interpretaciones, dejo el asunto para tratarlo otro día de forma más extensa. Lo cierto es que si alguien quiere ver pasión, convicción y liderazgo en la derecha española tiene que mirar hacia los liberales. Esperanza Aguirre es el mejor ejemplo. En España una versión amable del conservadurismo es la tecnocracia, una tipo de pensamiento que le convence mucho a Rajoy, porque le evita luchar por principios, basta con que crezca el PIB para ganar.