La comparecencia de Artur Mas en el “Parlament” se ha ceñido al esperado discurso victimista que tantos frutos le dio a su antecesor, Jordi Pujol, hasta el punto de blindarle ante posibles responsabilidades penales. El presidente de la Generalitat y de Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) dijo que la operación de la Guardia Civil contra la trama del tres por ciento había sido un espectáculo planeado para hacer daño a CDC. Artur Mas se atrevió a manifestar que la Administración autonómica catalana es “la más transparente y ejemplo de buenas prácticas.” Ni las andanzas de los casinos, ni el chanchullo de las “ITV”, ni los certificados de vivienda energética, son capaces de quitarle a la Generalitat el liderazgo de Administración pulcra, justa y virtuosa. Artur Mas considera que la detención del tesorero de CDC, de algunos responsables de empresas del sector público catalán y de empresarios que contrataban servicios con la Administración, es una conspiración del Estado para obstaculizar el proceso secesionista que impulsan los partidos independentistas de Cataluña.

A más de la mitad de los escaños de la Cámara no le convenció los argumentos del presidente en funciones. Los diputados de Ciudadanos, PSOE, PP y la CUP dieron por inhabilitado a Artur Mas, como líder de una potencial nueva mayoría parlamentaria. Las pruebas son demasiado contundentes como para anularlas por el método de enfangar la actuación de la Justicia y de las Fuerzas de Orden Público por el procedimiento de etiquetarla de centralista o enemiga del catalanismo. Lo que está en cuestión es si los contratos estaban amañados y el partido que gobierna la comunidad autónoma se lucró con comisiones. La Guardia Civil detuvo al tesorero del partido, después de revisar nueve mil correos electrónicos. Las dudas sobre el proceder de los dirigentes de Convergencia Democrática son demasiado serias para seguir con el guion de investir a Artur Mas de presidente. La pelota está en el tejado del líder del partido investigado por la Justicia. Si Artur Mas accede a dar un paso atrás, la unión de las tres formaciones nacionalistas -CiU, ERC y la CUP- está en condiciones de formar gobierno, pero si se empeña en ser el Moisés del nacionalismo catalán, conduciendo al pueblo elegido hasta la tierra prometida de la independencia, habrá elecciones anticipadas. Le toca escoger entre dos males: perder él o perder todos.