El presidente del Gobierno ha disuelto las Cortes Generales, convocando elecciones para el 20 de diciembre, tal como había anunciado. Tras el Consejo de Ministros extraordinario, Mariano Rajoy hizo un balance amable de la décima legislatura nacional: nadie quedó excluido en la crisis económica, no se tocaron las pensiones, se puso en vigor la legislación más ambiciosa contra la corrupción, el Gobierno dialogó con todo el mundo, etcétera. En su intervención, el presidente anunció los tres ejes en que va a basar la campaña electoral: empleo, crecimiento y confianza.
El balance de legislatura no es malo en términos económicos, porque aunque la crisis fue devastadora en los dos primeros años del mandato, la recuperación en términos de crecimiento del PIB y creación de empleo también es palpable. Otra cosa es que los pronósticos a medio plazo no sean muy halagüeños, pero eso será objeto de discusión en la próxima legislatura. Rajoy quiere centrar el debate electoral en la mejora económica, advirtiendo que un cambio de gobierno significaría un cambio de política y eso acarrearía un retroceso muy grave, con vuelta al estancamiento y al desempleo. Desde que se traspasó el ecuador del mandato, el discurso del presidente va dirigido en esa dirección. En ese terreno, la oposición también tiene munición para disparar contra el Gobierno, ya que el famoso equilibrio macroeconómico se ha realizado incrementado la deuda en más de 300.000 millones de euros, que es una barbaridad; el empleo ha crecido mucho el último año y medio, pero todavía hay menos gente trabajando que cuando Zapatero dejó el Gobierno; aunque se habla en toda Europa del miedo a una posible deflación, lo cierto es que algunos mercados intervenidos, como el de la energía, se han encarecido los suministros para todos los españoles, con la subida de la factura de la luz en un 7%. Pese a ello, en las polémicas electorales sobre crecimiento y empleo el Gobierno puede salir airoso.
El problema para Rajoy estriba en que la gente es consciente de tres cosas: las promesas electorales, como la bajada de impuestos, fueron falsas; la cúpula del PP quedó tocada con los papeles de Bárcenas y el presidente no dio ninguna explicación plausible; y el desafío de los independentistas catalanes, con toda la grave amenaza que supone, no tuvo una respuesta adecuada por parte del Gobierno. Estos tres asuntos lastran la credibilidad de Rajoy.