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Juan Neira

LARGO DE CAFE

CAMPAÑAS: ENGAÑOS Y VAGUEDADES

No todo tiempo pasado fue mejor en cuestión de campañas electorales. Aunque la actual pueda parecer insulsa o soporífera -según el observador-, resulta amena y llena de contenido si la comparamos con las de hace veinte o treinta años. En aquellos tiempos cualquier anécdota se convertía en centro del debate y el periodo de petición del voto transcurría hablando de asuntos periféricos. Veamos.
En las elecciones de 1996, el PP llegaba al inicio de la campaña con una pequeña ventaja sobre el PSOE. Políticamente, el “felipismo” estaba agotado tras trece años y medio en el poder, pero el aparato del partido estaba dispuesto a dar la batalla. La campaña electoral la realizó el PSOE bajo el slogan de “España en positivo”, para contrastar con la imagen catastrofista que iba a proyectar Aznar con la denuncia de la larga serie de escándalos socialistas.
La España en positivo incluía un vídeo con un doberman ladrando en la pantalla, que representaba al PP. La polémica sobre la personalidad del doberman duró media campaña y la otra media estuvo ocupada con la polémica sobre los debates: a dos o tres bandas.
Al final no se despejaron las incógnitas sobre el doberman y no hubo ningún debate electoral. No se habló de nada, exceptuando las profecías apocalípticas de la izquierda que auguraban que Aznar haría una quita a las pensiones.
En las urnas, el PP ganó solo por 300.000 votos (“victoria amarga”, Guerra dixit), y la victoria fue gracias a la circunscripción de Madrid, donde la diferencia con los socialistas alcanzó los 600.000 votos. En el resto de España ganó el PSOE por 300.000 sufragios de diferencia. Para gobernar, Aznar se alió con nacionalistas de todo pelaje (catalanes, vascos y canarios) y se mantuvo en el poder ocho años.
800.000 EMPLEOS
Otro ejemplo. La formidable victoria de Felipe González, en 1982 (202 escaños), tuvo como gran reclamo electoral la creación de 800.000 puestos de trabajo: el anuncio más famoso realizado por un candidato ante las urnas.
Sufríamos los efectos de la segunda crisis del petróleo; el paro, la inflación y las secuelas del 23-F zarandeaban a la sociedad española, y el líder político más carismático de nuestra democracia decía a los españoles que se crearían 800.000 empleos si gobernaba los siguientes cuatro años. ¿De dónde había salido la mágica cifra? ¿En qué hipótesis se basaba?
Se trataba de un cálculo intencionadamente optimista, dirigido a ganar las elecciones. La Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre de 1982, un mes antes de los comicios, decía que había en España 2.178.000 parados, y la EPA correspondiente a la fecha de las siguientes elecciones –junio de 1986- contabilizó 2.968.000 trabajadores en paro. Al terminar el primer mandato de González el paro había crecido, curiosamente, en 800.000 personas. La tasa de paro había pasado del 15,93% al 21,02%.
Definitivamente, en materia electoral, no todo tiempo pasado fue mejor. Es verdad que hace cuatro años a Rajoy le creció la nariz, como a Pinocho, anunciando bajadas de impuestos para subirlos en el primer consejo de ministros que presidió, pero las promesas electorales se hacen, en general, con mucho más rigor que en el pasado.
No obstante, las campañas siguen teniendo carencias y vaguedades que no son de recibo. Señalemos algunas de ellas de forma sucinta.
SILENCIOS
Ningún partido dijo cómo se iba a reducir la deuda que raya en el 100% del PIB. En un país endeudado, los candidatos no hablan de la deuda. Comprendo que no es un tema ilusionante, pero por responsabilidad los aspirantes a presidir el Gobierno deberían abordarlo.
La patata caliente de Cataluña. El desafío independentista está ahí delante de nuestras narices. Las diferencias de Artur Mas y Esquerra Republicana con la CUP no diluyen el enfrentamiento del nacionalismo catalán con el orden constitucional. El silencio y la ambigüedad impiden saber qué candidatos están dispuestos, y cuáles no, a aplicar el artículo 155 de la Constitución para meter en vereda a los levantiscos, recurriendo en caso de no lograrlo a la suspensión de la autonomía. Es necesario mojarse.
Nos ocultan lo esencial, pero nos hacen partícipes de medidas pintorescas, como trasladar el Senado a Cataluña, proposición de Pedro Sánchez. La Cámara alta es demasiado frágil como para pensar en traslados, aunque la medida pudiera levantar el ánimo al sector hostelero de Barcelona.
El terrorismo internacional. Rajoy concentró las críticas por dejar sin respuesta el tipo de colaboración que va a prestar España a Francia en la guerra contra el Estado Islámico. Metidos en campaña, ningún candidato dice qué va a hacer. Sólo Podemos dejó claro que al Estado Islámico se le combate espiritualmente, sin uso de balas y bombas. Para salir del apuro, todos dicen que hay que cortar los canales de financiación, como si esa fuese una característica específica del Estado Islámico, y no estuviera presente en todos los conflictos bélicos.
Por último, las alianzas parlamentarias. En un Parlamento fragmentado, la falta de apoyos impide la investidura presidencial, así que si fuese verdad todo lo que declaran los candidatos iríamos de cabeza a unas elecciones anticipadas. Conclusión: guardan cartas en la bocamanga.

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por JUAN NEIRA

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