El duelo entre Rajoy y Sánchez ya ha entrado en la historia de las campañas electorales por un corto intercambio de frases donde se pronunciaron los sintagmas clave: no decente, ruiz, ruin, miserable, deleznable. Pero sería un error reducir el debate al intercambio de insultos, que no fueron otra cosa que el resultado de un enfrentamiento sesgado por la necesidad de dar espectáculo. Ya se sabe que en los debates de la “nueva política” debe primar la espontaneidad y la ausencia de reglas. En el enfrentamiento dialéctico jugaron un papel esencial dos asuntos que tienen muy poco que ver con la política y las elecciones, como es la premeditada táctica de Sánchez de interrumpir constantemente a Rajoy hasta el punto de no dejarle hacer una intervención sin incidencias, y la forma de ser de Rajoy, capaz de emocionarse con el Real Madrid o el Tour de Francia, pero incapaz de debatir de política con pasión, recurriendo a ese estilo monótono que quita las ganas de votar a cualquiera.

Sánchez es un hombre tan trabajador como ambicioso. En todos los debates que participó evidenció que los había preparado más que sus competidores, con la excepción de la cita en Atresmedia, donde la vicepresidenta también había hecho los deberes con nota. Sabe de memoria sus intervenciones, pero su contenido es dudoso, cuando no abiertamente equivocado. Atacar los recortes sociales por la carta de una señora de Valladolid que vio reducida su prestación es huir de la categoría y centrarse en la anécdota. Protestar de los datos que leía Rajoy de la Dependencia, sin saber ofrecer cifras alternativas, es como para decirle que llame al Ayuntamiento de Gijón y pregunte sobre lo que recibían del Estado en concepto de teleasistencia, hace un par de años, y los cero euros que reciben ahora. Sabedor que tiene las elecciones muy cuesta arriba, se dedicó a buscar amigos, “lo más importante para mí van a ser los mayores”, y a decir frases tan rotundas como ridículas: “usted ha recortado el derecho de las mujeres a decidir cuándo quieren ser madres”, hasta que llegó el turno de la corrupción.

Frente a tanto ímpetu, Rajoy, fiel a los consejos de Arriola, sólo se preocupó de recitar el discurso del cambio de la recesión a la expansión. Hasta que los improperios socialistas le sacaron de sus casillas y llamó ruiz a Sánchez. Rajoy es así, viene a Asturias a buscar votos y elige Cangas de Onís que es, como todo el mundo sabe, donde se deciden los comicios.