Las audiencias concedidas por el Rey a Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Mariano Rajoy han servido para poner las cartas sobre la mesa. El líder de Podemos propuso un gobierno tripartito de la izquierda, presidido por Pedro Sánchez y participado también por IU. En ese Ejecutivo Pablo Iglesias se reservaría un puesto singular como vicepresidente. Pedro Sánchez insistió en que “es el tiempo de Mariano Rajoy”, aunque repitió que “los electores no entenderían que Pablo y yo no nos entendiéramos”. Por último, Rajoy manifestó que no está en condiciones de presentarse a la investidura, poniendo la pelota en el tejado socialista.
La inhibición de Rajoy, que no renuncia, ya que dijo que seguiría trabajando por formar una mayoría parlamentaria, no era difícil de adivinar. Con carácter excepcional y sin que sirva de precedente voy a reproducir lo que escribí en este mismo espacio el pasado jueves: “Estamos ya en una situación que al propio Rajoy le favorecería que el Jefe del Estado encargara a Sánchez pedir el apoyo de la Cámara, porque de esta forma evitaría sufrir dos veces consecutivas (separadas por 48 horas) el rechazo de la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados. Un golpe muy fuerte que cercenaría cualquier opción de futuro para el político gallego, aún en la hipótesis de que iniciáramos una legislatura corta con convocatoria anticipada a las urnas”. El biotipo de Rajoy repele la inmolación.
El paso dado por Rajoy y la propuesta de Pablo Iglesias complican los planes de Sánchez de formar una mayoría parlamentaria con Podemos, IU y PNV. El principal aliado no quiere el estatus de socio parlamentario, sino compartir gobierno. Si los barones autonómicos y la vieja guardia del PSOE tenían dificultades para asimilar una entente parlamentaria con Podemos, la propuesta de ver a Pablo Iglesias de vicepresidente de un gobierno presidido por el secretario general del partido les resulta imposible de digerir. Por otra parte, el paso atrás dado por Rajoy evita el choque parlamentario con los socialistas. No es un asunto menor. El PP no ha volado los puentes con el PSOE. El candidato socialista quería visualizar el rechazo parlamentario a Rajoy para que el PP también se viera obligado a corresponder votando en contra de su candidatura. Ahora, teóricamente, el PP podría abstenerse y mantener vivo desde la oposición un gobierno monocolor socialista, estrategia que compartiría Albert Rivera.