Durante la semana la atención política estuvo fijada en el Comité Federal del PSOE. No recuerdo otra reunión de este órgano que haya levantado tanta expectación en 38 años de democracia. Ante el aislamiento del PP, el PSOE ocupa el sitio preferente en la elección del próximo presidente del Gobierno, por eso todas las miradas estaban puestas en el debate del máximo órgano del partido. Hasta tal punto era así, que el PP tenía cifradas sus esperanzas en que los barones vetaran los planes de Pedro Sánchez.
Las posiciones previas eran de dominio público: la vieja guardia del partido (González, Guerra, Leguina, Corcuera, etcétera) y los barones están en contra de un acuerdo entre el PSOE y Podemos y rechazan cualquier modelo territorial alternativo que implique la toma en consideración del derecho a decidir. Por su parte, la cúpula del partido, con Pedro Sánchez a la cabeza, quiere formar gobierno, sin reparar en socios, aceptando a regañadientes la limitación impuesta por los barones de no negociar con los partidos que propugnan la autodeterminación.
LA CONSULTA
El debate del gobierno venía entrelazado con la disputa por el control del partido, que se concretaba en la fecha del próximo congreso: Pedro Sánchez lo quería aplazar y los jefes autonómicos preferían adelantarlo. Ganaron estos últimos, fijándose el 8 de mayo como fecha para la celebración de elecciones primarias a secretario general, de manera que en caso de producirse un adelanto electoral el partido podrá elegir otro líder para aspirar a la Presidencia de Gobierno.
La novedad del Comité Federal estuvo en la carta que se sacó de la manga Pedro Sánchez al proponer que la militancia socialista decida con su voto el respaldo o rechazo a la propuesta de gobierno que presente Pedro Sánchez cuando finalice la negociación con otros partidos. Una jugada astuta que rompe el “pressing” al que estaba sometido por el Comité Federal: antes de presentar el pacto al control del máximo órgano del partido, le da la palabra a la militancia. Los barones autonómicos no se atreverán a cometer la insolencia de enmendar la decisión de las bases.
Los afiliados al PSOE recibirán con alegría una propuesta que implique la recuperación del poder cuando habían salido ampliamente derrotados de las urnas. Otro tipo de consideraciones, como el sesgo izquierdista que tendrá un gobierno de coalición con Podemos y el retroceso que supondrá para España un fuerte incremento del gasto en un país tan endeudado, no frenará la euforia de recuperar el poder. Una vez logrado el objetivo, a Pedro Sánchez le traerá al pairo la fecha del congreso del partido. Una vez asentado en la Moncloa será él quien trate de mover la silla a los barones.
Aunque en el Comité Federal se volvió a repetir que no se negociará, ni por activa ni por pasiva, con partidos que hablan de autodeterminación, lo cierto es que todos los socialistas coinciden en identificar la propuesta con Esquerra Republicana y Democracia y Libertad (ex CiU), cuando no es cierto. Una de las señas más visibles de Podemos es la demanda de una consulta sobre el derecho a decidir de los catalanes, así que un pacto con Pablo Iglesias no podrá eludir esta cuestión, porque los doce diputados afines a Ada Colau votarían en contra en la sesión de investidura.
MALENTENDIDO
Otro malentendido es el que se produce en torno a Ciudadanos. Los miembros del Comité Federal se equivocan cuando piensan en una alianza de Pedro Sánchez con Ciudadanos y Podemos, basándose en las alusiones del secretario general a lograr un acuerdo a “izquierda y derecha, sin frentes”.
Si pactara con Ciudadanos, Podemos se consideraría excluido. Y viceversa. Hago esta aseveración partiendo de que Podemos no aceptará ningún acuerdo que no pase por tener ministros en el gobierno. Albert Rivera ya declaró que votaría en contra de un gobierno de coalición, PSOE-Podemos. Las referencias a un pacto con la derecha se circunscriben al PNV. No digo que Pedro Sánchez no negocie con Rivera, pero las intenciones de éste pasan por llevar al PSOE hacia la gran coalición (PSOE-PP), mientras que el objetivo de Sánchez consiste en sumar a Ciudadanos al bloque de Podemos, IU y PNV.
No hace falta exponer que un gobierno de coalición entre PSOE y Ciudadanos sólo sería viable con el apoyo parlamentario del PP, algo que no contempla Pedro Sánchez.
Si la pasada semana la sorpresa provino del rechazo de Rajoy a aceptar el encargo del Rey de presentarse como candidato a la investidura y de la oferta de Pablo Iglesias a ocupar las principales carteras del Gobierno de Sánchez, en esta el elemento imprevisto estuvo en la oferta del líder socialista a las bases de su partido para validar el futuro acuerdo de Gobierno que negocie con Podemos.
A día de hoy, la probabilidad de un gobierno de la izquierda, con el apoyo parlamentario del PNV, es la opción más probable. La militancia socialista lo ratificaría por abrumadora mayoría. El punto crítico para esa alternativa reside en las llamadas, “marcas de Podemos” (las “mareas”, Ada Colau, etcétera). Sólo esos grupos de intolerancia nacionalista pueden frustrarlo, abriendo la puerta a las elecciones anticipadas.