Continúan las maniobras y celadas entre los líderes políticos, con la negociación para formar una mayoría parlamentaria de investidura como telón de fondo. Rajoy ha empezado a moverse, tras semanas de inactividad y reproches. El jueves se va a entrevistar con Albert Rivera y el viernes con Pedro Sánchez. Desde la noche electoral, el presidente en funciones y ganador de los comicios sólo había hecho dos cosas: proponer un gobierno de gran coalición con el PSOE y Ciudadanos, presidido por él, y ante el fracaso de la oferta confiar en que el Rey le pasara la responsabilidad de formar gobierno a Pedro Sánchez o convocara elecciones. En resumen, que Pedro Sánchez se plegara a sus planes completando las insuficiencias parlamentarias del PP, o que el Rey le echara una mano ahorrándole el trance de negarse a aceptar el encargo de formar gobierno. Dos planes muy endebles. Era muy improbable que el PSOE aceptara ser socio de un gobierno presidido por Rajoy. En España las experiencias de gobiernos de coalición sólo se han desarrollado en algunas comunidades autónomas y nunca han estado formados por PP y PSOE, los dos grandes antagonistas. El Rey estaba obligado a seguir el orden natural de candidatos a la investidura, marcado por la cuota de escaños: Rajoy, Sánchez, Iglesias, Rivera. Cualquier jugada extraña, como no invitar a Rajoy a formar gobierno para ocultar su fracaso, o proponer la disolución de las cámaras, sería un error descomunal que comprometería a la institución monárquica y crearía una tensión política insoportable. Felipe VI no podía satisfacer los deseos de Rajoy.
A Pedro Sánchez no le gusta que el candidato del PP se entreviste con Rivera, en la víspera de su encuentro. No está en condiciones de quejarse. El líder del PSOE rechazó mantener cualquier dialogo con Rajoy, hasta el punto de negarse a contestar a las llamadas de teléfono. Como ahora gira toda la política nacional sobre él, consideró que era el momento de programar una entrevista con el presidente en funciones para dar verosimilitud al discurso socialista de la inexistencia de líneas rojas. Sánchez tiene el encargo del Rey de armar una mayoría parlamentaria, pero no puede impedir que el resto de líderes se reúnan y tanteen otras alternativas. Ningún candidato presentó hasta ahora un plan nítido. Ni siquiera Sánchez. Tratar de formar una alianza en que estén todos, menos el PP, es lo mismo que barajar sin dar cartas.