Los atentados de Bruselas, con las bombas en el aeropuerto y en el tren suburbano, y el trágico balance de decenas de muertos y más de cien heridos, produce el efecto singular de todas las grandes matanzas causadas en sitios de paz por grupos terroristas escondidos en la clandestinidad: pavor, paralización, dolor, pesadumbre, luto, condenas generalizadas, promesas de detención de los culpables y reafirmación de los valores de la democracia frente al fanatismo de los asesinos. La liturgia se reproduce con exactitud en todas las ocasiones. Los sentimientos brotan espontáneamente y todo lo demás tiene que ver con el instinto de defensa de cualquier comunidad atacada. Más allá de las emociones, resulta obligado reflexionar sobre el atentado y su contexto.
Desde los atentados de París, Bruselas se había convertido en la ciudad más sensible a potenciales atentados terroristas de toda Europa. La huida de terroristas de la capital francesa hacia Bélgica, las medidas colectivas tomadas por el Gobierno belga para proteger a la población ante posibles atentados, el hecho de que las sedes de las instituciones comunitarias estén en Bruselas, convertía a esta ciudad en blanco prioritario para los terroristas. Pues bien, pese a ello, a los cuatro días de la detención de Abdeslam, participante en los atentados del otoño en Francia, los terroristas golpean con fuerza en la capital de la Unión Europea. Este hecho, sumado a los atentados en París del 7 enero de 2015 (Charlie Hebdo) y del 13 de noviembre (dicoteca Bataclan), permite confirmar que los grupos terroristas se mueven con cierta desenvoltura por el corazón de la UE. No es una opinión, es un hecho.
La respuesta de la UE ante la amenaza yihadista es meramente declarativa. Hay unanimidad en el rechazo, en la condolencia con los países heridos por la actuación terrorista y poco más. Se dice que los servicios de inteligencia de los distintos países comparten información, pero lo que ya había que haber creado es un una un cuerpo policial antiterrorista europeo, con recursos de los 28 socios. Hollande dice que “estamos en guerra”, pero con la excepción de Francia e Inglaterra los demás países actúan como observadores, en espera de que los EEUU se tome más en serio el problema y machaque al Estado Islámico con ayuda de Francia e Inglaterra. Si seguimos con esta estrategia podemos afirmar que el futuro nos tiene reservadas sucesivas jornadas de luto.