Pleno del Congreso de los Diputados que ha servido para ratificar el desgobierno que padece España. Nunca hubo un intercambio tan intenso de mensajes entre líderes políticos en periódicos, televisiones, radios o redes sociales, y jamás estuvieron tan distantes las posiciones de unos y otros. Particularmente preocupante cuando se muestra el alejamiento y la incapacidad para llegar a acuerdos en las instituciones representativas.
Para empezar hay un desencuentro de principios entre el Gobierno de Rajoy y el Congreso de los Diputados, ya que el primero considera que no tiene que dar cuenta al segundo, mientras el resto de grupos parlamentarios opina que es necesario dar explicaciones a la Cámara. Pedro Sánchez ha dicho que “un gobierno en funciones debe estar más sujeto que nunca a control parlamentario”. Cierto es que un gobierno en funciones, cuando pasaron casi cuatro meses desde las elecciones, carece de autoridad para tomar determinadas decisiones, pero también choca contra la naturaleza de las instituciones que el Gobierno dependa de un Parlamento que no lo ha elegido. En esas condiciones no cabe la confianza ni la censura. Un problema delicado, más propio de debate entre profesores de Derecho Constitucional que entre diputados.
A partir de ese conflicto inicial, los líderes políticos suben a la tribuna guiados por el afán de validar sus estrategias postelectorales que tienen que ver con la pasada y fallida sesión de investidura o con hipotéticos pactos que están aún sin cocinar. Todos los líderes atacan a Rajoy, obteniendo como respuesta la ironía o el sarcasmo del político gallego. A Rajoy no le va mal en las encuestas y parece que el estado mayor del partido ha terminado por aceptar que el “plan B” del PP es la convocatoria electoral, ante la evidencia de que la gran coalición (PP-PSOE) queda reservada para los alemanes. Duro forcejeo entre Podemos y Ciudadanos, veinticuatro horas antes de reunirse ambos grupos con el PSOE. Los dos compiten por ser socios únicos del líder socialista. Pablo Iglesias todavía no tiene voz parlamentaria, dedicándose a echar arengas desde la tribuna. Al contrario que Albert Rivera, que sacó el master parlamentario en Cataluña y sabe cómo hay que hablar a la Cámara. Dejando a un lado las formas, los dos son igual de duros al descalificar al rival ¿Con estos mimbres va a poder gobernar Pedro Sánchez? El misterio se resolverá en 26 días.