Los barones socialistas se resignan a ir a las elecciones generales con Pedro Sánchez de candidato a la Presidencia de Gobierno. No hay tiempo para fabricar una alternativa. Si algún dirigente se postula para el cargo no tendrá fácil ganarle a Sánchez en las Primarias; además, sus opciones en las urnas frente a los líderes nacionales de otros partidos estarían muy mermadas, ya que hace falta un tiempo mínimo -¿un año?- para potenciar su imagen ante el electorado.
La candidatura de Sánchez no significa la pacificación interna. La sombra de Susana Díaz seguirá proyectándose sobre el líder socialista. La estrategia de la dirigente andaluza pasa por dar la batalla en el congreso socialista por la Secretaría General. Sólo en el caso de que Sánchez se convierta en presidente, Susana Díaz se limitaría a ejercer el papel de presidenta autonómica. Aunque el horizonte electoral es sumamente incierto, no es descabellado imaginar que Sánchez mantendrá su posición de líder de la oposición, lo que abre la puerta a la bicefalia socialista, con un líder institucional (Sánchez) y un secretario general (Díaz). Esa situación la conocemos bien en Asturias, ya que Álvarez Areces y Javier Fernández se repartieron las responsabilidades durante casi once años. La misma división de papeles se dio con Martínez Noval, de secretario general, y Pedro de Silva, Rodríguez-Vigil y Antonio Trevín de presidentes. En Asturias la bicefalia socialista fue la fórmula habitual de funcionamiento del PSOE, como partido del poder, hasta que Javier Fernández concentró en su persona todo el liderazgo del partido y la Presidencia de Gobierno. En el caso asturiano no creo que vayan mejor las cosas ahora que antes para los socialistas ni para la región, pero es evidente que la bicefalia es una forma de funcionamiento más compleja que el liderazgo único.
A escala nacional, la organización socialista siguió siempre el modelo del macho alfa. La organización delega todo el poder en el recién elegido y este hace y deshace según considera más oportuno. Tiene firmado un cheque en blanco a su nombre. Unas veces se mantuvo la fe ciega en el líder pese a perder las elecciones, caso de Felipe González, y en otras la derrota electoral agotó el crédito, caso de Rubalcaba y de Almunia, aunque este último presentó voluntariamente su dimisión. Pedro Sánchez es la excepción. Desde el primer día despertó recelos. Un día habrá que analizarlo.