José Manuel Soria ha dimitido. Abandona el Gobierno de Rajoy y sus cargos en el PP. Se ha ido de la peor manera que hemos visto marcharse a un ministro: sin dar la cara, tras varios días haciendo declaraciones increíbles, propias de un mentiroso compulsivo, demostrando que tiene una epidermis dura de paquidermo centroafricano. Soria es ya nuestro primer ex ministro offshore. Toda la culpa del escándalo recae sobre él, poniendo cara de pasmo cuando le preguntaron por su firma y por su hermano, Luis Alberto (con un nombre así arrasa en Panamá). Establecida la premisa, digamos que en el PP no están muy asimilados algunos conceptos básicos sobre la corrupción, en caso contrario no se entiende que la vicepresidenta, Soraya Saenz de Santamaría, haya comparecido ante la prensa para hablar del Consejo de Ministros, omitiendo cualquier referencia a Soria, el ministro ausente. Tuvieron que preguntarle los periodistas para que sacara a relucir los “errores de explicación” de Soria (¡qué sería de nuestros políticos si no pudieran recurrir a los eufemismos!), para elogiar a renglón seguido el ejercicio de responsabilidad realizado por el ex ministro al dimitir de sus cargos. Siempre tuve una opinión positiva de la vicepresidenta, pero con actuaciones así resulta muy difícil mantenerla. No se le pide que haga leña del árbol caído, pero por encima de todo tiene que defender la dignidad del Gobierno. Ya sabemos que Soria formaba parte de los ministros “marianistas” (Pastor, Margallo, Fernández y Soria) que junto a los “sorayos” (Montoro, Báñez, Alonso) constituían el núcleo duro del Ejecutivo, pero en cuestiones de dinero no se puede tener manga ancha.
La dignidad del Gobierno la salvó Cristóbal Montoro, al decir que es incompatible estar en el Ejecutivo y en los paraísos fiscales. O una cosa o la otra. El Ministerio de Hacienda sabe lo que le viene encima: nada más iniciarse la campaña del Impuesto de la Renta, se organiza una galería de famosos que recurre a todo tipo de triquiñuelas legales o ilegales para no contribuir a la caja común con lo que les corresponde. Señoras con apellido de realeza, directores de cine, ministros, financieros, empresarios, cantantes, y todo aquel que gana cien veces más que el español medio se declara objetor fiscal. La conducta de ese grupo selecto produce efectos deletéreos en la conciencia del contribuyente de a pie. Vamos a pagar con la sensación de que nos toman el pelo.