Tras el inicio de la legislatura ha llegado el final sin solución de continuidad. La regla de toda obra clásica, planteamiento, nudo y desenlace, ha quedado reducida a una sola fase: desenlace. No hubo tiempo de hacer un planteamiento ni mucho menos de llegar al nudo de las complicaciones, porque los diputados han optado directamente por escribir el final del drama recurriendo a forzar la disolución de Las Cortes por la vía de negarse a elegir un presidente del Gobierno.
De las urnas habían salido 163 escaños de centroderecha (PP y Ciudadanos) y 161 de izquierda (PSOE, Podemos e IU). El resto, 26 escaños, podían colocarse bajo el rótulo de “nacionalistas y varios”, globalmente mucho más proclives a un acuerdo con la izquierda que con la derecha. En cuatro meses largos de negociaciones ni siquiera se visualizaron los dos bloques citados.
Ni Rajoy buscó el acuerdo con Ciudadanos ni Pedro Sánchez lo hizo con Podemos e IU. Ninguno de los líderes del vetusto bipartidismo se marcó como prioridad concretar esas alianzas. Rajoy quiso la entente con el PSOE, y Sánchez negoció un acuerdo fuerte con Rivera, que luego trató de extender hacia la izquierda.
La distribución de escaños fue novedosa, dando un gran protagonismo a cuatro partidos. En las dos primeras elecciones generales de la democracia también emergieron cuatro partidos de implantación nacional, pero los minoritarios (PCE y AP) contaban con muy pocos escaños. Ahora Podemos y Ciudadanos tenían una cuota parlamentaria decisiva para formar mayorías y, sobre todo, suficiente para imponer vetos.
Lo más chocante del proceso vivido es que los partidos no pugnaron por entrar en el futuro gobierno sino que vendieron muy cara su participación en el mismo. Esta es una novedad dentro de los países con pluripartidismo, donde el miedo reside en quedar aislado. En estos meses hemos visto el comportamiento opuesto, con los líderes fijando duras condiciones para participar en el gobierno, como si gobernar fuera un lastre y ejercer de opositor representara un chollo.
VETOS
No hubo ocasión para negociar programas, con la excepción de las 200 medidas recogidas en el pacto entre PSOE y Ciudadanos, porque el diálogo estuvo presidido por el rígido criterio de la ideología. Cuando se negocia con la mirada puesta exclusivamente en el ideario de valores y creencias, cualquier intento de acercamiento se interpreta como una concesión indigna.
Enfocadas las transacciones por la moneda de la ideología, el periodo postelectoral se desarrolló por el sistema de vetos: el centroderecha vetó a la izquierda radical (Podemos e IU) y esta hizo lo propio con el centroderecha; el PSOE vetó al PP. Puestas esas trabas, sólo podía avanzar la alternativa de izquierdas (161 escaños) con el probable apoyo del PNV (Urkullu ya había hecho declaraciones favorables hacia esa entente).
La opción no se concretó porque Sánchez quiso unir a los grupos de izquierda con Ciudadanos, y empezó a dar pitidos el arco detector de interferencias ideológicas: Podemos no pudo gobernar pero impidió que otros gobernaran.
En la alternativa de Sánchez, gobierno de centroizquierda, jugó un papel decisivo el Comité Federal del PSOE que no quiso ver a su partido embarcado en un gobierno dependiente de Podemos. La autodeterminación de Cataluña y los maximalismos ideológicos provocaron sudor frío a los barones autonómicos, entre ellos Javier Fernández.
SEGUNDA VUELTA
El resultado final del proceso es el descrédito de los partidos políticos y de sus líderes. A todos los problemas de España añadieron uno más: la interrupción voluntaria del mandato. El rechazo ciudadano por la epidemia de corrupción entre cargos públicos y la demostrada incapacidad para resolver los problemas asociados a la crisis económica, se acrecienta ahora con la manifiesta incompetencia para cumplir con el requisito más elemental de toda legislatura: la elección de un presidente por el Parlamento.
Volveremos a las urnas. Todos los sondeos indican que se repetirá la situación de equilibrio de fuerzas y ausencia de mayorías parlamentarias. No será igual. Recuerden la archifamosa frase de Carlos Marx, “la historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa”. Aunque los resultados fueran una fotocopia de los obtenidos en diciembre habría algún tipo de acuerdo. Es pronto para especular, contentémonos con dibujar la silueta que tienen los partidos tras el fallido proceso negociador.
El PP es un partido aislado; necesita llegar a la frontera de los 140 escaños para gobernar. Ciudadanos es un grupo bisagra puro, papel que hasta ahora jugaban en España los partidos nacionalistas moderados, especie casi en extinción. Podemos, tras el giro dado por Pablo Iglesias, es una fuerza radical de izquierdas (la alianza con IU colaborará aún más a darle esa imagen), borrada ya su impronta de partido transversal que no distinguía entre izquierda y derecha. El PSOE, el grupo con una identidad más fuerte, se mueve en la ambigüedad, entre Ciudadanos y la izquierda, porque el líder y la dirección nacional (Comité Federal) cohabitan en el poder.