Se acercan las elecciones, faltan menos de tres semanas para la cita con las urnas sin que hayamos escuchado un comentario de interés a los líderes políticos. No hablemos ya del resto de candidatos, porque el nivel político medio de las candidaturas está bajo mínimos. Se dice que los bachilleres cada vez saben menos, que los títulos universitarios se regalan –asistir a clase y hacer trabajos de copia y pega-, pero es difícil encontrar una devaluación mayor que la del candidato electoral. A esta cuestión dedicaremos pronto un artículo. Los mensajes de los líderes son simples de solemnidad. El PP se debate entre el reggaeton y el merengue; Sánchez dice que el electorado socialista está desanimado; Pablo Iglesias advierte que “gana las elecciones el que tiene más votos”; Ciudadanos promete un millón más de empleos que el PP. Son propuestas impactantes que afectan a la prima de riesgo, al precio del petróleo y al estado de ánimo nacional. Nos esperan dieciocho días apasionantes.
En este clima de gran expectación, el líder socialista advierte al jefe de Podemos que someterá al criterio de las bases el programa del partido, pero que no hará lo mismo con la cuestión de las alianzas. La primera lectura es obvia: sobre cuestiones de poder decide el líder; la literatura se deja para la tropa. En un partido que no pertenezca a la vieja ni a la nueva política, que sea simplemente un partido normal, ambos asuntos entran dentro de las competencias de la dirección del grupo. Es absurdo que el programa se someta a consulta interna de las bases. No es serio que la última palabra sobre política energética la tengan miles de personas que sólo saben si sube o baja el precio de la gasolina. Bastante ridículo hicieron ya los diputados asturianos en 2013 votando unánimemente en contra del fracking. Si se quiere que los programas electorales sean la hoja de ruta de los partidos cuando llegan a los gobiernos, no se puede aceptar que sean aprobados o rechazados a través de demagógicas consultas. Más sencillo, sin duda, es la cuestión de las alianzas. Verbigracia: cualquier militante socialista tiene una opinión acabada sobre el PP o Podemos. Ahora bien, si los afiliados deciden las alianzas, Pedro Sánchez pasa a ser un simple mandado. El líder socialista copia el sistema de funcionamiento de Podemos que resumió Pablo Iglesias en una frase gloriosa: “somos los carteros del pueblo”. Ahora entiendo por qué no llegan las cartas.