La actual situación política española carece de precedentes pero tendrá consecuentes. Siete meses con gobierno en funciones es una anormalidad en cualquier país democrático. Una Cámara constituida en enero fue disuelta en mayo por su incapacidad para elegir presidente de gobierno.
Renovados los escaños vamos camino de provocar otro aborto parlamentario. En conjunto, 700 diputados muestran una falta de entendimiento tan absoluta que no pueden llegar a unas elementales pautas de funcionamiento para echar a andar las instituciones, como si el encargo recibido de los electores fuera imposible de atender.
DIPUTADOS
¿Es justo cargar la responsabilidad sobre los diputados? Sin duda, son dueños de su voto, y gracias a sus síes y noes estamos en el mismo punto que nos encontrábamos antes de las Navidades. Pero en una votación realizada en voz alta los diputados no se sienten libres. Cualquier excepción a la uniformidad del grupo parlamentario se paga con expulsión del partido y clausura de la carrera política. Aunque lo parezcan, los diputados no son héroes.
Estoy convencido de que en una votación rigurosamente secreta los resultados serían distintos. Cuando Pedro Sánchez se presentó como candidato a la investidura, a principios de marzo, hubiera recogido apoyos de los escaños de Podemos e IU, de algunos diputados del PP, deseosos de castigar el inmovilismo de Rajoy, y de los nacionalistas que ven en la piel del ambicioso líder socialista las cicatrices que dejó el acné juvenil del derecho a decidir.
Hay una razón de fondo que hubiera cambiado el resultado de la investidura si el sufragio hubiera sido secreto: la defensa del propio escaño, amenazado por la repetición de las elecciones. Conclusión: la verdadera voluntad de los diputados no se plasma en la votación de investidura.
La responsabilidad del bloqueo institucional corresponde a los jefes de los partidos que mandan en los escaños. La Cámara baja está fragmentada en muchos grupos, cada uno con su líder, pero sólo cuatro de éstos cortan el bacalao: Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera. Los cuatro mandarines.
La culpa del tiempo perdido, de las inversiones paralizadas, del empleo aplazado, del dinero despilfarrado –ejemplo, sueldos e indemnizaciones de los diputados del anterior mandato que sólo hicieron un trabajo por España: tomar posesión del escaño- es de los cuatro mandarines. Exclusiva responsabilidad de ellos frente al criterio de todo el país.
No pueden decir que hay banqueros, sindicalistas o empresarios que les hayan animado a bloquear las instituciones, porque sólo el cuarteto de marras tomó mancomunadamente la decisión.
EL CUARTETO
Rajoy sólo hizo dos cosas en siete meses: decir que el ganador de las elecciones tiene que gobernar y pedir a sus rivales-colegas que le dejen hacerlo. La postura de Rajoy hay que entenderla como una pataleta ante su falta de capacidad para hacer aliados. El presidente en funciones no utilizó el programa de gobierno como anzuelo para granjearse el respaldo de otros grupos parlamentarios. Ante un contexto hostil Rajoy actúa con una pasividad desconcertante. Quiere ser ungido presidente sin hacer concesiones ni esfuerzos.
Pedro Sánchez rechazó la candidatura de Rajoy sin darle la posibilidad de explicarse. De sus discursos se desprende que la negativa de Sánchez se debe a dos razones: Rajoy es de derechas, y Rajoy hizo la Lomce, la reforma laboral y los recortes de gasto. Hay un tercer argumento implícito: Sánchez quiere instalarse en la Moncloa, pese a sacar los peores resultados de su partido, por eso le molesta los intentos de Rajoy por ser investido presidente.
Albert Rivera, al igual que Sánchez, descartó a Rajoy antes de que este le hubiera presentado su oferta. Las razones de la negativa están en la necesaria regeneración democrática y las reformas que se deben implementar.
A Sánchez y Rivera no les gusta Rajoy y nos les importa su programa. Le dan con la puerta en las narices por lo realizado en los últimos cuatro años y por su ideología conservadora. Es tanta su animadversión que no le piden nada, no están dispuestos a negociar, les basta con que se quite de en medio.
Pablo Iglesias, otrora populista como Errejón y contrario a la división entre izquierda y derecha, ha abrazado la táctica comunista del frente popular (para los nuevos e iletrados izquierdistas se recomienda ver política de la Komintern en los años treinta del pasado siglo). Quiere la alianza con el PSOE y los oportunistas del nacionalismo para hacerse con el poder. Rajoy es la clase social a derrotar.
Este es el juego de poder de los cuatro mandarines que amenaza con colapsar las instituciones democráticas. Como altos burócratas, los mandarines han sustituido a los partidos. Ellos cuatro consideran que forman el Estado.
Urge una reforma electoral que establezca una segunda vuelta para elegir presidente entre los dos candidatos más votados, sin dejar que los mandarines negocien la investidura con los escaños recibidos de la primera vuelta. Es mejor resolver la papeleta votando dos veces en quince días que estar nueve meses sin gobierno pasando tres veces por las urnas. Cuatro políticos tienen maniatados a 46 millones de españoles.