El protagonismo en el debate de investidura no cabe duda de que corresponde al candidato a presidente que interviene tantas veces como todos los demás oradores juntos. Sin embargo, en esta ocasión, la atención concentrada en Pedro Sánchez no era menor que la observada hacia Mariano Rajoy. El secretario general del PSOE abrió el turno de intervenciones, con tono grave y rictus de preocupación, descargando una catarata de descalificaciones sobre el candidato del PP. A los veinte segundos de empezar a hablar ya había dicho que él y su partido iban a votar no: por ideología, por coherencia con sus votantes, y por España. Me llegó al alma lo de rechazar a Rajoy por España, que viene a ser lo mismo que identificar los intereses generales del país con unas terceras elecciones el próximo invierno. La descripción que realizó el líder socialista del presidente en funciones fue pavorosa. Llegó a decir que Rajoy no había realizado los recortes de gasto público por la crisis sino por su ideología conservadora: para entendernos, en el ADN del candidato está la saña contra el pueblo. Los argumentos para rechazar su candidatura estuvieron, por su simplismo, al alcance de todos los públicos: «Nosotros no apoyamos a los que nos enfrentamos». A la hora de marcar las diferencias programáticas entre PP y PSOE, sacó a relucir su rechazo al ‘fracking’ y a la energía nuclear. El PSOE en manos de un progre con ambición.
Rajoy siguió la misma táctica con todos los portavoces parlamentarios: tono desdramatizador y toneladas de ironía: «Oiga, si yo todo lo hice mal, ¿cómo lo hizo usted que sacó 52 diputados menos? ¿Cuánto de malo es usted? ¿Pésimo?». Agradeció la cantidad de citas suyas aportadas por Sánchez, por haberle convertido en «un argumento de autoridad». Y desveló el sentido de la oposición de Sánchez: rechazar todo intento de acuerdo, aun a costa de incurrir en una espiral de elecciones, hasta que el resultado en los comicios sea satisfactorio para el líder socialista. Sólo elevó el tono de su voz para decirle a Sánchez que no le demandaba su confianza, que sólo le pedía que se abstuviera para que haya gobierno.
Pablo Iglesias, portavoz del tercer partido, estuvo en su línea: ‘la gente, la gente, la gente’, dentro de una intervención radical. Rajoy se recreó dando pinceladas al retrato narcisista de Iglesias. Albert Rivera defendió el programa acordado con el PP. Rajoy perdió la votación. Sánchez tiene la llave del veto.