Francisco Correa corroboró el relato de la Fiscalía, ante el tribunal del caso Gürtel, confesando que había participado en sobornos con empresas, recibiendo dinero a cambio de intermediar en la concesión de contratos durante los gobiernos de Aznar. El líder de la trama enlodó a sus compañeros de banquillo. Correa señaló que cobraba, en cada operación, un 2% o 3% por ciento en concepto de comisión, repartiendo el botín con Luis Bárcenas. En defensa de su gran profesionalidad como intermediario, dijo que le había ahorrado mil millones de pesetas al PP al lograr que las empresas hicieran los trabajos por un precio muy bajo.
Francisco Correa habló con gran seguridad, se sintió dominador de la escena hasta el punto de sugerir al tribunal en qué orden debía hacer el relato de los hechos, mientras la fiscal le seguía con mirada complacida. En su declaración dijo frases para la galería, como que pasaba más tiempo en la sede central del PP (Génova) que en su propio despacho. Asuntos que dan para muchos chascarrillos, pero que no tienen ninguna sustancia punitiva. Se había hablado mucho sobre la actitud que iba a tener Correa en la vista oral. Se decía que iba a cantar, pero no se atrevió con “La Traviata”, se conformó con entonar “Clavelitos”. Excluyó de las tropelías a Aznar y Rajoy, y relató con detalle los regalos que le había hecho a Jesús Sepúlveda, ex marido de Ana Mato. Por el medio, disculpó a la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) por supuestos errores cometidos en la investigación, debido a la extensión y densidad del material que manejó. En definitiva, en vez de comportarse como un “pentiti”, que dirían los italianos, se conformó con hacer el papel de tuno, para el que tiene un físico adecuado.
El ruido de Correa afecta al debate de los socialistas, ya que el “no a Rajoy” estaba en gran parte basado en los casos de corrupción. Los que preconizan el rechazo al candidato del PP se sienten reforzados. Si se mira con objetividad, no hay nada nuevo. El comité federal debe decidir en función de los intereses generales, que no están del lado de mantener el bloqueo institucional, y de los intereses del PSOE, que saldrían muy erosionados con una nueva cita electoral. El debate es puramente político. Cada alternativa comporta riesgos, pero mantener la negativa a Rajoy es una temeridad. A lo mejor hace falta que el PSOE sea el tercer partido para que algunos recobren la cordura. Será ya demasiado tarde.