Mariano Rajoy inició en la tarde de ayer el debate de investidura con la intervención que pedía la ocasión: unas palabras pacíficas, tono humilde, reivindicación de la obra realizada, continuas alusiones a la necesidad de pacto, hasta el punto de que podrían entenderse como una súplica a la oposición para que asuma las tareas de la cogobernabilidad.
El hasta ahora presidente en funciones del Gobierno entendió perfectamente el marco en que va a moverse el próximo Ejecutivo y la minoría parlamentaria del PP en el presente mandato. Rajoy, como buen leptosomático, es una persona introvertida, fría (no significa que sea insensible), capaz de tomar distancia con los hechos para ver las cosas con perspectiva. Sabe que tiene una papeleta muy difícil, que la legislatura corre el peligro de quedar varada en las arenas del sectarismo partidario, pero asume que esas son las condiciones de su segundo mandato y no otras.
En vez de embellecer artificialmente el escenario donde tiene que trabajar, para generar entusiasmo, optimismo y buen rollo, hizo una descripción realista, aunque vaya en detrimento de la causa que tiene que defender: «tengo muy claro que dada la composición de la Cámara y con los apoyos previsibles, el Gobierno que pretendo formar puede estar muy lejos de cumplir las condiciones de solidez, gobernabilidad y estabilidad que yo reclamaba en el pasado debate de investidura».
No recuerdo a ningún político que antes de haber formado gobierno ya anticipe que será frágil e inestable por las condiciones que le rodean.
El candidato a presidente reconoció que la situación es inédita. Algo fácil de comprobar porque es la primera vez que los dos grandes partidos colaboran para hacer gobernables las instituciones. No se pueden hacer planes a medio o largo plazo, ya que no hay cimientos para ello. Rajoy anunció que va a construir una mayoría que posibilite la gobernabilidad, día a día, adaptando la famosa fórmula de Diego Simeone (partido a partido) a la política española.
Rajoy asumió las condiciones del pacto firmado con Albert Rivera el pasado verano. Está dispuesto a negociar con todos los grupos de oposición, sin distinciones ideológicas, las cuestiones más importantes de la agenda política: pensiones, reforma laboral, educación, financiación autonómica y el desafío del independentismo catalán.
Sin lugar a dudas, lo más fácil para Rajoy hubiera sido dejar pasar esta semana y una vez agotado el plazo para elegir presidente, ir a unas elecciones anticipadas, con el socialismo en estado comatoso, y ampliar su ventaja parlamentaria. Sin embargo, optó por lo más razonable desde la perspectiva de los intereses generales. No podemos saber si algún día se arrepentirá de ello. Ahora nos queda por ver la respuesta de los grupos de oposición, que en este mandato van a tener más influencia que nunca.