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Juan Neira

LARGO DE CAFE

UN INTRUSO EN LA CASA BLANCA

El triunfo de Donald Trump ocupa toda la actualidad. A su lado, el culebrón de la política española –bloqueo institucional- y las miserias de la escena asturiana son anécdotas insignificantes en nuestras vidas. Como en la televisión se aprecia todo, la cara de los tertulianos españoles reflejaba la consternación. A partir de ahí, hay curiosamente más interés por saber por qué los americanos optaron por un tipo excéntrico, ajeno al cotarro de la política, empresario de dudosa reputación y abiertamente machista, que avizorar qué medias políticas va a poner en práctica.

Trump tiene muchas características que lo individualizan y distinguen del resto de candidatos a ocupar la Casa Blanca. Ahora bien, el triunfo de Trump se inscribe en una etapa de las democracias occidentales en que el oficialismo, el convencionalismo, las apuestas clásicas y las respuestas de siempre son rechazados por los mismos que las apoyaban hasta hace unos años. Las urnas de Trump son las del Brexit. La crisis económica de 2007 deja productos tóxicos en la superficie diez años más tarde. La rabia de Podemos es la misma que la de los votantes de Trump. Se dice que son las víctimas de la globalización. Acepto esa consideración, siempre que se diga que la globalización crea mucho más empleo del que destruye, aunque la risa va por barrios: En China o la India salieron del hambre más de mil millones de personas, mientras que en España se empobrecieron tres millones de trabajadores.

Ahora bien, tras el triunfo de Trump hay materiales eternos, como la xenofobia o el racismo, como la admiración por el prototipo de hombre fuerte, duro, avasallador, como el reflejo defensivo de los recién instalados ante los que quieren imitar su itinerario –muchos hispanos no quieren que lleguen otros hispanos-, como la genuflexión intelectual de gran parte de la sociedad ante las soluciones simplistas. Horas después del triunfo descubren los desorientados observadores que muchísimas mujeres votaron a Trump, pese a sus comentarios sobre ellas. Sí, la vida es así. Siempre se dijo que la sonrisa de Jacqueline le dio la Presidencia de EE.UU a Kennedy; de la misma manera la belleza de Melania Knauss colaboró en la victoria de Trump ¿O es que las mujeres suman para los candidatos demócratas y restan para los republicanos?
Algo más: frente a Trump estaba el establishment, pero sin un candidato creíble. Hillary Clinton era un personaje del pasado.

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por JUAN NEIRA

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