Javier Fernández va a hablar con los secretarios generales de las 17 federaciones socialistas para conocer la fecha que estiman más oportuna para celebrar el congreso. Hace ahora un año que debería haberse celebrado. En aquella ocasión, los pesos pesados del socialismo querían que se convocase en el primer trimestre de 2016, pero Pedro Sánchez pretextó que mientras no se despejaran las incógnitas que pesaban sobre la política española (el vacío de poder al retrasarse la investidura del nuevo presidente) debería demorarse la convocatoria. Curiosamente, en el pasado mes de septiembre, cuando la crisis institucional estaba en su cénit, Sánchez cambió de opinión y decidió organizar unas primarias exprés, seguidas del congreso del partido, arguyendo que no interferían en los problemas de gobernabilidad del Estado. Para cualquier observador imparcial quedó claro que el entonces líder socialista sometía el calendario interno del partido y la estrategia de alianzas parlamentarias a un solo objetivo: mantenerse en el poder, tanto orgánico como institucional. Ese proceder que ponía en riesgo la vigencia del orden constitucional, al estar dispuesto a pactar con los independentistas y dar rango de nación a Cataluña (como desveló en una entrevista “post mortem”) fue el que motivó la actuación de los barones autonómicos, forzando la dimisión de la Comisión Ejecutiva y del secretario general en el seno del Comité Federal.
El próximo día 14 tendrá lugar una reunión del Comité Federal. En el orden del día no se incluye la fijación de la fecha del congreso. Esa decisión se tomará en una futura reunión del máximo órgano del partido. Los seguidores de Pedro Sánchez, muy numerosos en Asturias con la reciente incorporación de la cúpula del Soma, hablan de “tomadura de pelo”, y acusan a la comisión gestora de retrasar deliberadamente el congreso. Tienen razón, el congreso va a aplazarse hasta el inicio del verano o quizás más tarde. Ahora bien, lejos de ser un error, esta medida es un acierto. La historia enseña que cuando un partido está muy polarizado en dos bandos y acude a un congreso, hay grandes probabilidades de que se rompa. Cuando un congreso fracasa, no queda otro instrumento para unir a la organización. Oficialistas y “sanchistas” deberían tener esto en cuenta y trabajar por una dirección de integración, de la que sólo se excluirían los que consideran que la venganza es un fin en sí mismo.