Santiago Vidal podía convertirse en centro de la actualidad nacional, como cualquier otro senador. En realidad, cualquier anónimo español puede concentrar la atención pública del país sobre él, pero tiene que ser al precio de cometer salvajadas. Los ministros, senadores, diputados o alcaldes son capaces de convertirse en tema del día con el simple hecho de pronunciar unas pocas palabras. Santiago Vidal se conformó con decir su verdad, o mejor, la “posverdad”.
El hasta ayer senador de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) dijo en varias conferencias que la Generalitat había obtenido ilegalmente los datos fiscales de todos los catalanes. También aseveró que el Gobierno de la Generalitat tenía 400 millones de euros ocultos para financiar el “procés”, con referéndum de autodeterminación incluido. Aclaró que esa suma millonaria de dinero estaba camuflada, pero no podía decir en público, dónde ni cómo, porque el Estado podía desbaratar los planes. En otras intervenciones públicas aseguró que tenían chequeados los jueces que están destinados en Cataluña (más de 800), y ya sabían quiénes se marcharían a otros sitios de España y con cuáles podían contar.
El abandono del escaño que ocupaba en el Senado, el rotundo mentís dado por ERC, la investigación abierta por la Fiscalía de Cataluña a instancias del fiscal general del Estado, la rectificación del personaje manifestando que sus palabras no eran literalmente veraces, etcétera, me parece que pasan a ocupar un lugar secundario ante dos hechos: la simpatía con que recibía el público las declaraciones del hasta ahora senador (en los vídeos se oyen las risas y se ve la cara de placidez del personaje ante el grado de sintonía que muestra la audiencia con sus palabras) y la indiferencia con que recibe la clase política española esas revelaciones.
En cualquier estado, país o región del mundo que no esté gobernado por nacionalistas, las confesiones de Santiago Vidal causan indignación y estupor. En Cataluña, no. Resulta que el catalán medio está encantado con que una administración, ajena a la Agencia Tributaria, se haga con sus datos fiscales. Ya hay dos administraciones dispuestas a vaciarle sus bolsillos, pero ellos encantados. Por último, es llamativo el contraste entre el alboroto unánime por las conversaciones grabadas del ex ministro, Jorge Fernández, que quería parar el “procés”, y la indiferencia ante las burradas de Vidal.