La apabullante victoria de Mercedes Fernández en las elecciones internas del PP responde a las premisas sobre las que se organizó el congreso: censo flexible, avales discutibles (la propia presidenta vio rechazada una cuarta parte de los que presentó), minicampaña electoral (72 horas), falta de transparencia (ausencia del control sobre las cuotas) y cuestionamiento del voto secreto (las papeletas no iban en sobres).
El congreso se articulaba sobre el modelo del candidato único, como ocurrió en el último congreso nacional del PP. Para prevenir la modificación del modelo se adoptaron unas pautas de funcionamiento que impedían cualquier sorpresa en las urnas.
Se puede mantener la falacia de manifestar que la dirección del partido y el comité organizador del congreso son dos entes completamente independientes, pero todo el mundo sabe que no es así. Al contrario, se apostó más por el patrón de juez y parte, que por el de árbitros neutrales. Que uno de los más estrechos colaboradores de la presidenta del partido y candidata, Mercedes Fernández, fuera el vicepresidente del comité organizador (David González Medina), da idea del perfil buscado para el comité.
PLURALIDAD
No es sólo una cuestión de apariencias, sino de hechos: la resistencia y el retraso para dar el censo, el papel jugado por el gerente del PP, constituido en sombra de Carmen Maniega (candidata ajena al aparato) en el interior de la sede durante los tres días de la minicampaña hasta llegar a niveles ridículos, como llevar colocados unos cascos que le impedían “oír lo que se habla por teléfono”, la retirada de símbolos del PP en la sala donde recibía Maniega a la prensa para evitar fotos que le dieran un barniz de oficialidad, la sugerencia de doblar cuatro veces las papeletas si se quería ocultar el sentido del voto, etcétera, demuestran el recelo de la organización hacia la alternativa al poder.
Estoy convencido de que Mercedes Fernández hubiera ganado claramente en unas elecciones realizadas bajo pautas convencionales. Es mucho más conocida que Carmen Maniega por las bases del partido, desarrolla una labor pública como portavoz del PP en la Junta General del Principado y cuenta con el apoyo de la dirección nacional. Ahora bien, en ningún caso el resultado hubiera sido de 88% contra 11%. La falta de entusiasmo hacia la presidenta evidenciada en los escasos militantes que se inscribieron para participar en el proceso electoral (el 10% del censo de afiliados) hubiera tenido reflejo en las urnas.
El problema es que si la dirección hubiera optado por ese tipo de congreso habría aflorado la pluralidad en el PP, una realidad que choca con el mensaje de “partido unido, candidata única”, que es el discurso oficial.
Una parte de estas reflexiones valen para el PP nacional por ser el partido más reticente a adoptar pautas de democratización interna. Si lo comparamos con el PSOE las diferencias son notables. El PSOE adoptó el modelo de elecciones primarias desde finales del pasado siglo. Cuando afloró la pluralidad en un congreso, como en el año 2000, con cuatro candidatos (Zapatero, Bono, Rosa Díez y Matilde Fernández) a la Secretaría General, la liza fue escrupulosamente democrática. En la actualidad, en un ambiente enconado, el PSOE se aproxima a unas elecciones primarias con tres posibles candidatos, sin que nadie dude de la limpieza del proceso.
La diferencia del PP asturiano con el nacional está en que éste último tiene un crédito en la sociedad, contrastado en las urnas -ganó las tres últimas elecciones generales-, mientras que el PP regional vive en el gueto de la oposición y sus afiliados están desconectados del partido, como se ha visto ahora cuando se les pidió participar en la elección del liderazgo.
ELECTORADO
Mercedes Fernández se presenta como alternativa al Gobierno socialista y muestra como activo de su gestión la unidad del partido. El PP asturiano sólo tuvo dos momentos de división interna que llevaron a la escisión. En 1998, cuando el aparato planeó un golpe contra el Gobierno de Sergio Marqués que dio paso a URAS, y en 2011, cuando Álvarez-Cascos no aceptó la maniobra de Rajoy inventándose la candidatura de Pérez Espinosa para la Presidencia del Principado, y fundó Foro. Dos crisis muy importantes, pero el resto de tiempo fue un partido unido, al menos de puertas para fuera. En conclusión, la actual unidad del PP no es fruto de un liderazgo integrador, sino el estado natural tras la crisis sufrida hace seis años.
Lo más preocupante no es la falta de conflictos graves en el interior del partido, sino la desmovilización del electorado de centro-derecha con Cherines de candidata. El hundimiento de Foro, de 12 a 3 diputados, sólo supuso la ganancia de un escaño para la candidatura de Mercedes Fernández, de 10 a 11. Es muy probable que el PSOE sufra un desmoronamiento en los comicios autonómicos de 2019, por enfrentamientos internos y la gestión vacía del Principado. De poco le va a valer al PP si sus electores se quedan en casa.
Hay una ausencia tan grande de liderazgo y discurso en el centro-derecha asturiano, que sólo sale a protestar a la calle contra la política tributaria de Javier Fernández si una señora de más de ochenta años hace de banderín de enganche.