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Juan Neira

LARGO DE CAFE

¿REPÚBLICA INDEPENDIENTE?

Más de un año para plantear la pregunta. ¿Quiere que Cataluña sea un estado independiente en forma de república? Tanto tiempo para formularla no puede ser baladí. Se me ocurre la manera de hacer la misma pregunta con economía de palabras: ¿quiere que Cataluña sea una república independiente? Una frase sencilla, pero que no satisface a la mayoría de los que van a responder sí. El sintagma fundamental es “estado independiente”, que expresa el deseo del independentismo, y relegan la república para cerrar la frase. Un sector de los convocantes piensa que airear la república les quita votos. A otros les parece lo contrario: la CUP y una parte de ERC querrían hablar todo el tiempo de república catalana. El referéndum fue presentado de manera unitaria, pero basta con leer el interrogante abierto para entender que no fue sencillo ponerse de acuerdo en una frase de once palabras.

Cuando un grupo amplio y heterogéneo quiere cohesionarse busca con ahínco un enemigo externo para que haga de argamasa de una colectividad plural con visiones diferentes. Eso fue lo que sucedió en el bando del independentismo. El presidente y vicepresidente de la Generalitat, Carlos Puigdemont y Oriol Junqueras, convirtieron la presentación del referéndum de autodeterminación en un ataque al Gobierno de España, o mejor, a los sucesivos gobiernos de la España democrática. No dijeron, ni siquiera, las simplezas sobre el deseo de ser libres ni cantaron la singularidad de la patria adorada y encadenada por reyes y presidentes. Atacaron a Rajoy, echaron pestes del Tribunal Constitucional y lamentaron la fragilidad de la Seguridad Social. Oyéndoles, estoy convencido que de no existir tren de alta velocidad entre Madrid y Barcelona, sacarían a relucir la ausencia de AVE como motivo de independencia. Puigdemont y Junqueras hablaron como hablan los concejales, diputados o gobernantes nacionalistas antes de unas elecciones autonómicas o municipales, que es cuando más se despotrica del Gobierno de España y se le imputa todas las carencias materiales. Una falta de convicción tan grande hizo que el drama tuviera ribetes de comedia. Excúsenme si añado que la cabellera de Puigdemont colaboró decisivamente a dar un aire sainetero al acto.

Pero llegados a este punto es obligatorio dar una respuesta democrática, que es tanto como decir, dentro de la legalidad. No bastará con pasarle la patata caliente al Tribunal Constitucional. Turno para Rajoy.

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por JUAN NEIRA

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