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Juan Neira

LARGO DE CAFE

ÓPERA DE PODEMOS CON LIBRETO DE RAJOY

La moción de censura partía de una certeza, la imposibilidad de que saliera adelante, que venía acompañada de una duda: cuál iba a ser la táctica del Gobierno para dar respuesta al candidato. Como Mariano Rajoy está siempre en modo de ahorro energético, se especulaba con que dejaría a Soraya Sáenz de Santamaría hacer la defensa del Gobierno, o que mandaría a los ministros salir a la tribuna para intervenir por relevos frente a la maratoniana jornada que le esperaba al candidato Pablo Iglesias. Este llegó a decir en la víspera que no sería de recibo que Rajoy se abstuviera en favor de la vicepresidenta. Las dudas venían alimentadas por lo sucedido en la lejana moción de censura liderada por Felipe González contra Adolfo Suárez, en la que salieron muchos miembros del Gobierno de UCD a criticar al socialista. Irene Montero inició la sesión con un ataque en tromba sobre Rajoy que no permitía distinguir la descalificación política (franquista) de la personal (machista). La portavoz de Podemos leyó con seguridad, gesticuló con el dedo índice a modo de vector que señalaba al presidente de Gobierno. Recitó todos los nombres de la corrupción del PP, dando idea de que tiene la tesis ya medio escrita, y se extendió en su disertación por espacio de dos horas y once minutos: tan larga como ‘El Barbero de Sevilla’ (Rossini), aunque no tan melódica. Las intenciones estaban claras, Podemos quería ocupar toda la mañana y abrir los telediarios. Cuando todos esperaban el turno de Sáenz de Santamaría (duelo entre mujeres), salió Rajoy con los papeles en la mano. Golpe de efecto. Las intenciones también estaban claras: quería hacer esgrima con la portavoz de Podemos para dejar a Iglesias relegado a la posición de subalterno.

Rajoy ejerció de Rajoy: seguro, cáustico, apoyando su defensa en el crecimiento del PIB y la creación de empleo. Se sentía muy cómodo y su intervención fue muy superior a la de Montero, pero con dos defectos relevantes: dejó la corrupción en segundo plano y leyó un texto escrito por los fontaneros de La Moncloa. Tres veces tomó la palabra Montero y otras tres repuso Rajoy.

Pasadas las doce del mediodía, salió, por fin, Pablo Iglesias a escena, no sin antes fundirse en un abrazo con Montero, aplaudido por los diputados del partido morado como si se tratara de una pareja de novios. Pablo Iglesias acertó con el tono, pausado, inteligible, mucho más pacífico que en anteriores intervenciones. Cuando expuso las que a su juicio son las principales motivaciones en política –indignación, miedo, esperanza–, nadie podía prever que tardaría más de tres horas en abandonar el micrófono: tan largo como ‘Mazepa’ (Tchaikovsky) y tan intrépido como el cosaco ucraniano.

Una intervención-río, con larguísimos pasajes históricos de copia y pega de Wikipedia, tratando de demostrar que la actual corrupción del PP hunde sus raíces en las trampas de la derecha del siglo XIX. En su alegato llegó a copiar a Aznar: «márchense, señores del PP».

Hizo algún razonamiento paradójico: «si el Parlamento se pareciera a España no estarían ustedes ocupando ese banco» (el banco azul). El Parlamento refleja exactamente las preferencias políticas de los españoles. Al final de su intervención entró en la harina de la cuestión nacional, mencionó el federalismo, el confederalismo.

Rajoy estuvo demoledor en su turno de palabra, con un defecto : todo lo traía escrito de casa. Hubiera dicho lo mismo, si Iglesias llega a hablar de García Lorca. Bueno, en realidad también habló de Lorca: «como si hubiera muerto de gripe».

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por JUAN NEIRA

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