El sector oficial de la Federación Socialista Asturiana (FSA) prepara su estrategia para competir con los “sanchistas” en el congreso regional de septiembre. Quieren hacerles frente de igual a igual, pero la correlación de fuerzas está escorada hacia los seguidores de Pedro Sánchez que acaban de ganar el congreso federal por goleada. Aunque los socialistas no suelen romper los canales de diálogo interno, en esta ocasión parece que se va a una cita de ganadores y perdedores, sin acuerdos de integración. Javier Fernández dijo que no se presentaba a la renovación. La sucesión se va a dar en unas condiciones que no pudo imaginar el presidente del Principado ni en la peor de sus pesadillas. Así como los “sanchistas” ya tienen candidato “in pectore” y un discurso basado en la necesidad de que la FSA se sume al cambio protagonizado por el secretario general, los oficialistas han quedado huérfanos con la retirada de su líder y tienen que buscar argumentos para hacer atractiva su alternativa.
Es evidente que para luchar en condiciones parecidas es necesario asumir el relevo generacional. Hay que rejuvenecer las caras. Junto a la operación de estiramiento de la piel deben hacer una lectura correcta de los datos que están al alcance de todos. ¿Qué es el “sanchismo” en Asturias? Las agrupaciones de las cuencas y Oviedo, en esencia. Ese eje de fuerza fue sobre el pivotó el “villismo” durante más de veinte años. Con una diferencia: los “sanchistas” también dominan Gijón, plaza fuerte que nunca se rindió a José Ángel Fernández Villa, aunque siempre tuvo un grupo numeroso de admiradores en ella. Quiero decir que los “javieristas” deben hacer un esfuerzo por dotarse de un discurso renovador, frente a la carcundia del discurso del Soma. Un socialismo progresista no puede tener como gran argumento la defensa del carbón, aunque Pedro Sánchez, en su ambición por llegar a la Moncloa, esté dispuesto a dar esa batalla.
Ahora bien, con la denuncia de la “operación retro” no basta. No deben obviar el principal elemento de confrontación, la posibilidad de mantener una línea política autónoma o rendirse a la evidencia de sumarse a un bloque más amplio al que aportan menos votos que la suma de Podemos e IU, tal como ocurrió en los comicios autonómicos de 2015. Rehuir esa discusión y perderse por los meandros del discurso político lleva directamente al desastre. Es mejor tratarlo en el congreso que hacer una crisis en plena negociación presupuestaria.