Fernando Lastra no se afilió al PSOE para perder tiempo militando en las bases del partido. Al año de recoger el carné ya era teniente alcalde en el Ayuntamiento de Cangas de Narcea, su villa natal.
De aquellos primeros años de rodaje político, antes de convertirse en parlamentario autonómico, le quedó la vitola de gran conocedor del ignorado suroccidente asturiano. Sus opiniones fueron tenidas muy en cuenta a la hora de montar candidaturas electorales en el ala occidental de la región. Entre los socialistas se decía que la suerte del Principado se decidía en las alas, y las valoraciones de Lastra y Trevín, cada uno en un extremo del mapa, contaban como juicio de autoridad.
A la política autonómica accedió Fernando Lastra cuando su partido se quedó en minoría en la Junta General del Principado. Pedro de Silva gobernaba con dificultades, siempre pendiente de pactos, cuando nuestro hombre se estrenaba en el arte de la oratoria.
El accidentado curso de la política asturiana en la década de los noventa llevaría a Lastra a desempeñar responsabilidades de primer nivel en el partido. De las dificultades de Pedro de Silva pasaríamos a la crisis Juan Luis Rodríguez Vigil, fruto de un famoso embeleco.
Antes de estallar el escándalo de la fallida inversión industrial, los socialistas empezaron a sufrir el acoso de unas fuerzas sindicales que se rebelaban contra los 40.000 empleos que se iban a perder con la crisis de 1991. La huelga del 23 de Octubre fue una de las mayores en la historia de la región y restó solidez al Gobierno de Vigil.
SOMA
En el socialismo asturiano el debate se daba entre el sector mayoritario de los oficialistas, con el secretario general, Luis Martínez Noval, al frente, y con José Ángel Fernández Villa, como hombre fuerte, frente a los renovadores, liderados por el entonces alcalde Gijón, Vicente Álvarez Areces.
Villa controlaba las ejecutivas de las agrupaciones del partido en las cuencas a través del Soma. Con el poder de las cuencas en la mano establecía una alianza con la agrupación de Oviedo (la AMSO), y gobernaba el partido. Un juego de mayorías y minorías que necesitaba de eficaces gestores para consolidarse.
En pocos años, Fernando Lastra, destacado “villista” por mor de las circunstancias o por convicciones sinceras –el tiempo se encargaría de mostrar su pensamiento- sería, sucesivamente, responsable de la Secretaría Institucional en la FSA, responsable de Organización (nº 2 del partido) y responsable de Política Municipal. Un peso pesado en el PSOE asturiano y un eficaz parlamentario.
Esa doble condición hacía de él un personaje singular en la grey socialista, con facultades destacadas para hacer trabajo útil para su señor. Pronto lo demostraría.
En la primavera del año 2000 se desató la crisis de Cajastur. El presidente Areces descabalgó a Manuel Menéndez de la presidencia de la entidad, sustituyéndolo por Paulino García Suárez. El Soma respondió al atrevimiento de Areces con una crisis institucional al aprobar una Ley de Cajas en la Junta General del Principado que conllevaba el automático cese de Paulino García. El grupo parlamentario socialista votó a favor, y el Gobierno socialista se posicionó en contra.
El artífice de la norma fue Fernando Lastra. Unos días antes comentó a un periodista, “el fin de semana legislo”. Unas semanas más tarde Fernando Lastra jugó un papel decisivo en la resolución del congreso federal del PSOE, al negociar el apoyo a Zapatero, frente a Bono, que era el candidato oficial.
JAVIERISTA
En el congreso de la FSA, tres meses más tarde, Lastra apoyó a Javier Fernández, dejando a los renovadores y al Gobierno socialista en la cuerda floja. A partir de ese momento su político de referencia será el nuevo secretario general de la FSA, quedando Villa en el olvido.
Desde el año 2004 se convirtió en portavoz socialista en la Junta General del Principado, cargo que mantendría sin interrupción, hasta el presente.
Con la portavocía se reveló como gran valedor del Gobierno de Areces, al que antes había puesto al borde del abismo. Estuvo muy cómodo con su papel institucional, aunque su ambición secreta era saltar al Congreso de los Diputados, sin que los avatares de la política le hayan facilitado vivir esa experiencia.
No pudo cumplir sus sueños pero evitó la pesadilla de ser el candidato socialista a la Alcaldía de Oviedo, un cargo para el que sonó muchas veces y le provocaba sudores fríos.
Con la llegada de Álvarez-Cascos al poder, Lastra resultó ser una pieza esencial para armar la pinza, PSOE-PP, contra el Gobierno de Foro. Sus magníficas relaciones con Joaquín Aréstegui facilitaron la tarea.
En los mandatos de Javier Fernández, continuó ejerciendo como portavoz y muñidor de acuerdos y normas. Es un profesional que combina los ataques sin piedad a los diputados de Podemos, mientras los trata con calidez fuera de la Cámara.
Treinta años de diputado muestran que siempre tuvo un excelente olfato para sortear las coyunturas adversas y mantenerse a flote. Siempre fue simpatizante y entusiasta seguidor de un líder que se llama como él.
En el Gobierno le tocará la difícil tarea de reavivar los zombis que dejó Belén Fernández, que responden a nombres exóticos, como Zalia o Sogepsa.