La conmemoración del veinte aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco deja un sabor amargo. Nunca pude imaginar que seis años después de la derrota de ETA, concretada en el abandono definitivo de la actividad terrorista, la figura del concejal de Ermua concitara la división de la clase política española y algunos sectores sociales mostraran animadversión hacia su figura. Resulta desoladora la quema en Getafe de objetos utilizados en el homenaje a Miguel Ángel Blanco. Causa una pena infinita el gesto de una pareja de jóvenes que se mofan del concejal del PP asesinado, delante del Consistorio carbayón, con una foto donde se ve una pancarta colgada en su memoria.
En el Ayuntamiento de Oviedo hubo un acto sensato de conmemoración del veinte aniversario, respaldado por todos los grupos municipales, pero tanta unidad no podía durar mucho tiempo y se quebró con la respuesta a la propuesta del PP de dedicarle una calle. Al tripartito no le parece bien que Blanco tenga una calle en la capital del Principado. El edil socialista, Diego Valdiño, declaró que “no tiene sentido que una sola persona represente todo el sufrimiento de las víctimas de la banda terrorista”. El mismo argumento que esgrimió Manuela Carmena para prohibir la colocación de una pancarta en Madrid. Valdiño remató su razonamiento diciendo que “tampoco han hablado con el resto de familias para saber qué opinan”. Es difícil argumentar de una forma más endeble. Miguel Ángel Blanco es uno de los principales símbolos del dolor causado por ETA, como también lo es Ortega Lara. Para las familias golpeadas por el terrorismo, ensalzar la figura del concejal vasco es lo mismo que honrar a todas las víctimas. Sólo desde el más estrecho sectarismo se pueden poner obstáculos a dedicarle una calle. Es muy probable que si hubiese sido concejal de un partido distinto al PP, la respuesta hubiera sido otra.
La clase política no da la talla. Da igual que se hable de terrorismo, de la Unión Europea, de impuestos, de educación o de modelo energético. La mayoría de nuestros representantes aborda los temas con trazo grueso, incapaces de captar los matices. El último ejemplo de actuación absurda e irresponsable lo acaba de dar Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat. Destituye a tres consejeros de su gobierno y declara que “no quería prescindir de ninguno ni había motivos para el cese”. Así habla el político que más cobra de España. Cómo no van a equivocarse los concejales ovetenses.