La Diada es la parusía del independentismo catalán. En esta ocasión, la celebración buscaba ser un respaldo al referéndum del primero de octubre, en el doble sentido de legitimar su convocatoria y crear un ambiente de limpieza de formas y altura de espíritu para que el pueblo liso y llano convirtiera su participación en un deber moral. Jorge Sánchez, presidente de la Asamblea Nacional de Cataluña (entidad que convocaba la manifestación), valoró en más de un millón de personas la gente que acudió a la movilización. El Ayuntamiento de Barcelona lo dejó en un millón. La Delegación del Gobierno dijo que fueron 350.000. La cifra de asistentes tiene su importancia, porque los nacionalistas hicieron el artificio de transformar la calle en una inmensa urna, con el intento de legitimar por la vía de la manifestación los chanchullos realizados en el Parlamento para aprobar la Ley del Referéndum. Había mucha gente, no hay duda. También la había hace un año y dos y tres y cuatro y cinco, sin que la Diada fuera la víspera de ninguna consulta. La primera Diada de la democracia, en 1977, la cifra oficial de manifestantes fue de millón y medio -se hablaba de la mayor concentración desde el entierro de Maciá (1933)-. La movilización de ayer fue notable, pero ni superó las expectativas ni supuso ningún récord.
De la cantidad al espíritu. Grandes pancartas: “Referéndum es democracia”. Depende, oiga. Franco convocó un referéndum el 14 de diciembre de 1966 para validar la Ley Orgánica del Estado. Esa consulta no era democrática y la de Puigdemont y Junqueras, tampoco. En ambos casos por defectos de forma (un tratamiento parlamentario tramposo) y de fondo (en el articulado de las dos leyes no se contempla la separación de poderes, con maridaje entre Ejecutivo y Legislativo, mientras el Poder Judicial es un apéndice). Y, a la vez, hay democracias sólidas que nunca organizan referéndum.
Otra pancarta: “No hay garantía democrática ni legalidad sin urnas”. Las urnas son una condición necesaria para hablar de democracia, pero no es una condición suficiente. Insisto: en la democracia orgánica de Franco (familia, municipio, sindicato) había urnas, pero no había democracia. Es preciso que haya libertad, respeto a la legalidad vigente, separación de poderes, cumplimiento de los procedimientos parlamentarios, garantías judiciales, organización neutral en las convocatorias a las urnas, etc. Todo lo que le falta a la cita del primero de octubre.