No había precedentes de una convocatoria a las urnas en España rodeada de una carga tan grande de dramatismo. La jornada era de máximo riesgo.
Al final, el resultado fue menos grave de lo que cabía esperar dado el peso de las fuerzas que iban a colisionar. Para ello hizo falta que se dieran tres circunstancias: la supuesta llegada de expertos extranjeros en la lucha callejera no fue tal; los planes de la CUP para convertir la consulta en una guerrilla urbana no fueron ciertos; las Fuerzas de Orden Público levantaron el pie del acelerador a media mañana, cuando la pericia de la Policía dejó colapsado el programa informático de la Generalitat que debía regular la consulta. Volveremos sobre ello.
El primer asunto a destacar del 1-0 fue la conducta de los Mossos d’Esquadra. Bastaba verlos desde primeras horas de la mañana, con gorra de plato y en mangas de camisa, para comprender que su misión era aconsejar a los despistados y tranquilizar a los ansiosos. Una réplica de los cascos azules de la ONU. Los Mossos no atendieron el mandato judicial de impedir la consulta. Confiar en este cuerpo policial era absurdo y el Gobierno tardó en comprenderlo.
En el personal que debía participar en la consulta hubo muchas deserciones. El miedo a las elevadas multas produjo sus efectos. Veámoslo con datos.
DESERCIONES
Había 2.315 colegios. Los Mossos d’Esquadra sólo encontraron 1.300 abiertos, de los que 163 estaban ocupados por gente que quería evitar el precinto policial. Para evitar que la consulta se fuera abajo, la Generalitat inventó el colegio universal (cada cual podía votar donde le viniera en gana), y por eso había institutos con más de mil personas haciendo cola mientras otros no tenían actividad electoral. La libertad de colegio hizo algunas personas votaran hasta cuatro veces. Hay constancia gráfica de ello.
La deserción de los elegidos para ocupar las mesas se suplió con militantes de la Asamblea Nacional Catalana y Ómnium Cultural, que es tanto como poner a un hincha del equipo de casa a hacer de árbitro. En resumen: los colegios ocupados no llegaban al 7% y los abandonados superaban ampliamente el 40%.
La Generalitat tuvo la habilidad política de quitar importancia a los votos para volcar la atención en los heridos. Fue su mayor acierto. A las once de la mañana, Carlos Puigdemont, en su primera comparecencia, se centró exclusivamente en la “brutalidad policial”. Lo mismo el portavoz de la Generalitat, Turull.
Al hablar de declaraciones, hay que destacar que el personaje del día fue Gerard Piqué, con unas largas manifestaciones, interrumpidas por sollozos (en España, el que no llora cuando habla en público no merece ser creído), en las que demonizaba al Gobierno y a Rajoy, oponiéndolos a las buenas personas del independentismo. Una impagable lección de humanismo.
HERIDOS
La Consejería de Salud de la Generalitat publicó un parte de afectados que habla de 761 heridos. De ser cierto, desde la Guerra Civil nunca hubo tantos contusionados en un día.
Ni en la semana por la amnistía de mayo de 1977, en el País Vasco, cuando murieron cinco personas. Ni en los sucesos de Vitoria del 3 de marzo de 1976, con otros cinco muertos. Ni en los sucesos de Montejurra del 9 de mayo de 1976, con dos muertos. La Generalitat habla de 761 heridos y, sin embargo, sólo hubo tres detenidos. Sin comentarios.
Decía al principio que la Policía y la Guardia Civil levantaron el pie del acelerador a media mañana. Veamos los datos que lo atestiguan. El ministro, Zoido, a las 11horas y 48’, decía que la Policía había cerrado 70 colegios. Al final de la jornada, el número de centros cerrados fue de 92. A partir de las doce de la mañana apenas se cerraron colegios. El Ministerio del Interior ralentizó la actuación de las fuerzas del orden porque habían logrado colapsar la herramienta informática de la Generalitat.
El relato oficial de la jornada queda desmentido por los datos.