El Rey pronunció un discurso corto, claro, valiente, impecable. Sin metáforas, sin rodeos, sin medias tintas, sin equidistancias, sin concesiones, sin querer contentar a todos, sin melindres, movido por la única voluntad de describir la realidad, de señalar a los culpables de la crisis catalana, de proteger a los ciudadanos acosados por los independentistas, de recordar a todos que el Estado tiene la responsabilidad de asegurar el orden constitucional y el autogobierno de Cataluña. A los pocos segundos de alocución ya había señalado con el dedo a la Generalitat. Evitó los nombres propios y recurrió al enunciado genérico de “autoridades” para decir que vulneraron de forma sistemática las normas demostrando una deslealtad inadmisible a los poderes del Estado. Les acusó de pretender quebrar la unidad de España.
Don Felipe de Borbón cruzó el Rubicón. Del mismo modo que su padre, en la noche del 23-F, leyó un discurso donde decía explícitamente que ni quería ni podía volverse atrás, el actual Jefe del Estado dio un paso decisivo, en consonancia con la gravedad del momento, sabedor de que los nacionalistas y los populistas no se lo van a perdonar. Lo más llamativo de la disertación es la renuncia voluntaria a pronunciar la palabra “diálogo” que es el comodín en las intervenciones de buena parte de la clase política española y de los desorientados dirigentes europeos. En efecto, hablar de diálogo, en este momento, conlleva hacer tabla rasa de los comportamientos delictivos de los gobernantes catalanes, poner en almoneda los preceptos constitucionales y rebajar la democracia española a cambio del plato de lentejas nacionalista de la renuncia a la declaración de independencia. Lo primero es la vuelta a la normalidad institucional y, luego, habrá todo el tiempo del mundo para hablar largo y extenso sobre España y Cataluña, y para hacer las reformas pertinentes.
Es necesario desactivar el golpe de los independentistas, pero no es menos importante preservar la dignidad de las instituciones en el intento de pacificación. En caso contrario, estaríamos ante una solución falsa, ya que sólo aplazaríamos el problema para un futuro próximo. Sobre este particular es bueno recordar las consecuencias nefastas que trajo la política de contemporización con la consulta del 9-N. En apenas cinco minutos, el Rey hizo el trabajo que otros poderes del Estado no hicieron en meses. Los enemigos de la Constitución son enemigos de don Felipe.