Desde que llegó al poder el discurso de Rajoy se basa en los datos económicos. No consta que sea un aficionado a la ciencia económica ni que tenga conocimientos sólidos en la materia; aún así, la evolución de la economía se convirtió en la gran prioridad: al principio de su mandato por necesidad, al tener que reducir un déficit público que estaba por las nubes, y luego, a partir de 2013, lo utilizó como argumento para tapar la boca a la oposición, que no hacía otra cosa que sacar a relucir los escándalos de corrupción del PP.
Al hacer un resumen del año que termina el presidente dijo, como era de esperar, que lo mejor de 2017 habían sido los indicadores económicos: crecimiento del PIB del 3,1%, creación de 600.000 empleos y reducción del déficit público por debajo del 3%. Mientras los frutos económicos avanzaban, la política española empeoraba con la crisis catalana, la decadencia electoral del PP y la dificultad que tiene el Gobierno para no quedar aislado en el Congreso de los Diputados. De estas cosas no le gusta mucho hablar a Rajoy, que prefiere recrearse diciendo que España es el gran empleador de los países de la OCDE. El presidente prevé que en 2020 el paro habrá descendido al 11% y que en la nación habrá veinte millones de personas empleadas. Volveríamos así a los grandes registros del primer mandato de Zapatero, cuando la economía crecía empujada por la fiebre del ladrillo.
La creación de empleo y los parabienes de la Comisión Europea no han impedido que el PP quedase con cuatro diputados en el Parlament, una cámara legislativa de 135 escaños. El problema de Rajoy es político y para solucionarlo necesita triunfos en esa área. El presidente va a intentar, otra vez, la aprobación de los presupuestos para 2018 a partir del acuerdo con Ciudadanos y PNV. Duele tener que pactar con el partido que le ha quitado la mayor parte de los votos en Cataluña, pero fuera de Albert Rivera no va a encontrar mucha comprensión para sus planes. La cuestión del PNV es distinta. El PP acaba de abstenerse en el Parlamento de Vitoria para permitir que el Gobierno de Urkullu tenga presupuestos, así que cabría esperar un cierto entendimiento con el PNV, pero los nacionalistas están acostumbrados a un intercambio desigual: recibir abrazos y dar tortas. Este invierno habrá que abordar otros asuntos, como la reforma de las pensiones y el nuevo modelo de financiación autonómica. Rajoy cuenta con ideas y dinero, pero necesita socios para evitar la imagen de la soledad.