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Juan Neira

LARGO DE CAFE

EL RETORNO DE LAS INFRAESTRUCTURAS

En el segundo semestre de 2017, Asturias volvió a reencontrarse con su gran argumento histórico. Dejó atrás un periodo largo de tiempo, una década perdida dando tumbos, ensayando nuevos discursos, buscando imaginarias Itacas que solo existen en la mente de cuatro descerebrados que desconocen nuestra idiosincrasia.

La escena pública asturiana vuelve a estar ocupada por las infraestructuras de transporte y la actuación del Estado, como motor de nuestra actividad y garantía de nuestros mejores sueños.

Me sorprende que nadie repare en el cambio de escenario, en la vuelta a la tradición, que es tanto como recuperar el discurso jovellanista de las comunicaciones asturianas y el peso del Estado, una auténtica constante en una región que mira permanentemente hacia la capital de España.

El proceso seguido tiene un cierto interés, porque ilustra sobre la inanidad de la clase política asturiana. Para percatarse de ello hay que despojarse de prejuicios y poner nombre a lo que sucede ante nuestros ojos.

Cuando estalló la crisis económica cambió el discurso político regional. Estábamos en una época de grandes inversiones; estatales, sobre todo, y también autonómicas. Al empezar a crecer el paro, las administraciones dieron un paso al frente y fabricaron aquellos planes, “E” (Zapatero) y “A” (Areces), dotados con muchos recursos, y orientados a dar ocupación a los parados, inaugurando la versión carpetovetónica de la doctrina keynesiana. El experimento duró un periodo muy corto de tiempo, pero fue suficiente para elevar el déficit público del Reino de España al 9,2% del PIB.

La prohibición

Abandonadas las obras, desiertos los tajos y multiplicados los concursos empresariales, el Principado y los principales ayuntamientos se quedaron sin ‘plan B’. No se podían anunciar grandes infraestructuras ni equipamientos ni edificios singulares. No había dinero para ello, pero el problema era más profundo: la prohibición provenía de la sociedad que censuraba al político que se atreviera a anunciar cualquier obra.

Como había que hacer algo, declararon como principal prioridad asturiana el empleo. Un exceso retórico porque nunca creció tanto el desempleo.

El cambio de situación hizo que presidentes, consejeros, alcaldes y concejales se cogieran al clavo ardiendo del gasto social. El eje del Gobierno asturiano pasó a ser el salario social. Una partida que tiene salvoconducto para crecer indefinidamente. En los discursos, la pobreza energética desplazó al mix energético, las becas de comedor y de libros ganaron en titulares al fracaso escolar, las ayudas de la dependencia fueron más demandadas que la penicilina, y el derecho a trabajar se transformó, directamente, en derecho a cobrar.

Un cambio copernicano en las prioridades, en un plazo breve de tiempo, que recibió un impulso añadido con la llegada estruendosa de Podemos a las instituciones, con los famosos, rescate social, plan de choque social y cheque social.

Este proceso trajo dos consecuencias en la política autonómica: reducir el empleo a letra pequeña, quedando como política específica del Gobierno central (nadie osa disputarle la competencia en la materia), y la incapacidad de los gobernantes para concebir proyectos. Este último mal también lo comparten los ayuntamientos.

Nadie es capaz de imaginar una carretera (hubo una época en que los alcaldes diseñaban playas), un auditorio, un instituto especializado en una materia científica, un programa de aprovechamiento de la riqueza forestal. Puestos a ignorar, los hay que no conciben la gratuidad en la etapa educativa de cero a tres.

Íñigo de la Serna

Y de pronto, del encefalograma plano asturiano nos rescató Íñigo de la Serna, ministro de Fomento, que sin poses para la galería ni adornos innecesarios volvió al toreo clásico: 700 millones para el plan de vías de Gijón, 580 millones para las cercanías ferroviarias, recuperación del segundo túnel de la variante de Pajares con vías aptas para todo tipo de trenes, reactivación de la autovía a La Espina (Doriga-Cornellana, Cornellana-Salas), resurrección de la variante Norte de Oviedo, ejecución de los accesos a El Musel, plan de viabilidad para la Zalia, ampliación de la ‘Y’ entre Serín y Lugones, mejora de la A-8 entre Lloreda y Tamón, barco para la autopista del mar y un largo etcétera.

Del síndrome confusional autonómico, enmarañados en la política social del trasvase de dinero de unos ciudadanos a otros, hemos pasado al optimismo de las inversiones y las obras, de la mano del Estado. De 10 años de parálisis, con Ana Pastor incluida, al discurso de las obras (a no confundir con ‘Estado de obras’ de Gonzalo Fernández de la Mora) de Íñigo de la Serna.

Asturias cambia de ciclo gracias al Estado. Todavía hay diputados y concejales que se quejan por los plazos anunciados por el ministro y la falta de ambición de sus planteamientos. Se ve que les gusta más la ventanilla de la subvención.

Fernando Lastra, el político más inteligente del Gobierno asturiano, lo ha visto claro. No se despega del ministro; aplaude todo lo que dice. Espero que De la Serna tenga dentro de unos años una calle dedicada en varias urbes asturianas. Y una avenida en Gijón.

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por JUAN NEIRA

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