El debate parlamentario sobre las pensiones ha sido decepcionante. La Mesa del Congreso de los Diputados trató con el formato normal de los debates monográficos un tema de gran transcendencia sobre el que hay una enorme sensibilidad social. El turno de exposición para los portavoces parlamentarios no superó los diez minutos. La larga exposición de Mariano Rajoy giró sobre tres puntos, primero se afanó en hacernos creer que los pensionistas en España eran unos privilegiados en comparación con sus homólogos de los países europeos, luego nos vendió la moto de que en 2017 las cosas habían ya girado para bien (más cotizaciones que gasto), y por último expuso cuál era la fórmula para hacer sostenible el nivel de ingresos de los jubilados: la creación de empleo. Para qué preocuparnos, si están bien, ya pasó lo peor, y el crecimiento económico nos garantiza décadas doradas para la tercera edad. Como si tal cosa, el presidente deslizó que si había presupuestos podría subir la cuantía de las pensiones mínimas y de viudedad. Un tema de fondo tan serio y complejo como las pensiones tratado en clave coyuntural –aprobación de los presupuestos– y envuelta en un falso optimismo para que la mayoría absoluta de los jubilados voten al PP, como hicieron hasta ahora.
La oposición no elevó el tono del debate y atacó a Rajoy por las menguadas percepciones que reciben los pensionistas. Salió a relucir la necesidad de indexar el alza de las pensiones al Índice de Precios al Consumo, la miseria de la subida del 0,25%, etcétera. Margarita Robles habló como si ella no hubiera formado parte de un Gobierno que acabó pagando las pensiones con un crédito. Pablo Iglesias sacó a relucir el derroche de rescatar las autopistas de pago quebradas y la necesidad de poner un impuesto a la banca. Albert Rivera propuso mejorar las pensiones con rebajas fiscales a los pensionistas. Un pandemónium.
En un asunto de números, marcado por consideraciones técnicas, es imposible que haya tanta distancia entre las recetas de los expertos y el menú de los políticos. En el Congreso de los Diputados, ni Rajoy ni los portavoces dijeron nada de elevar la edad de jubilación o de cambiar la relación entre la base reguladora y el último sueldo cobrado. Ni una palabra, ni el más leve mensaje sombrío que dentro de quince meses se abren las urnas y el que diga la verdad se queda sin votos. Un engaño masivo, endulzado con subidas coyunturales para volver al 0,25% en cuanto empiece el nuevo mandato.