Con la jubilación de Gabino de Lorenzo desaparece de la escena política asturiana un ejemplar único, por su concepción de la política, los métodos utilizados, sus logros y fracasos. Para analizarlo hay que partir de un hecho: es el único de los dirigentes asturianos que antes de acceder a las instituciones había tenido una experiencia laboral relevante en el mundo de la empresa, al ser uno de los principales especialistas en hornos altos de España e ingeniero-jefe de la división de arrabio-cok de Ensidesa.El currículo de la gran mayoría de los líderes asturianos se reduce a los trienios dedicados a la Administración Pública.
De Lorenzo llegó a la política con la lección aprendida: los únicos principios sólidos son los que producen beneficio; todos tienen que comer y es preciso estar rodeado de una peña de incondicionales.
Desde su primer mandato en el Ayuntamiento de Oviedo sintió que las formalidades de la política le producían urticaria. No le gustaban los debates, era capaz de pasar largos meses sin presidir los plenos del Ayuntamiento y evitaba presentar planes estratégicos y otras zarandajas semejantes de la jerga oficial.
Los concejales eran meros auxiliares en los que un día delegaba competencias y otro día se las quitaba. Los concejales estaban para firmar. Muy importante el asunto de las firmas cuando se opera bajo el lema de “tira p’alante que libras”.
PLANES DE CHOQUE
De Lorenzo se anticipó en más de veinte años a la ola de populismo. Nada más llegar a la Alcaldía anunció un plan de choque y señaló fecha para las inauguraciones. La peatonalización del Oviedo antiguo impactó en la sociedad por la nueva imagen de las calles y el cumplimiento riguroso del plazo marcado para hacer las obras.
Los planes de choque encumbraron a De Lorenzo y elevaron la autoestima del vecindario al mostrar una nueva faz de la capital. Gabino, gran conocedor del alma popular, sabía que ensanchar aceras, colocar farolas isabelinas y poner fuentes seduce más que aprobar planes de urbanismo, que no pasan de ser una mera abstracción. Por eso fue el único dirigente del PP que ganó cuatro veces por mayoría absoluta.
Cuando tuvo que hacer un plan de urbanismo lo utilizó para legitimar todos los cambios introducidos por Gesuosa y Cinturón Verde, sus dos tinglados favoritos para transformar Oviedo.
Tras un primer mandato con mayoría simple, recogió el fruto de los planes de choque en las urnas: 63% de votos. En 1995, el PSOE perdió casi todas sus alcaldías en las principales ciudades de España. Sólo resistieron La Coruña (Vázquez), Gijón (Areces) y Barcelona (Maragall).
En la rueda de prensa de la noche electoral, Javier Arenas (PP) presentó un mapa de España lleno de gaviotas. Pues bien, de todos los alcaldes, la votación más alta era la obtenida por Gabino de Lorenzo, con 18 concejales de los 27 que forman la Corporación municipal.
En política del aplauso al rechazo hay un paso. El mismo De Lorenzo que vitoreaba la gente a su paso por las calles conoció la mayor contestación social que tuvo un alcalde en Asturias. Para financiar sus nuevos proyectos introdujo una fuerte subida en el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI). El “catastrazo” sacó a la gente a la calle.
EL RECHAZO
Cinco manifestaciones de miles de personas recorrieron el centro de la ciudad. Cada mes una marcha de protesta. Cualquier otro alcalde hubiera tenido muy difícil aguantar ante la ola de descontento, pero De Lorenzo ya había logrado para entonces agrupar al “clan de la primera piedra”, un grupo entusiasta de los métodos del alcalde. Una suma de constructores, hosteleros, profesionales, y algún medio de comunicación, empeñados en convencernos de que era falso lo que veían nuestros ojos.
Con la mayoría absoluta en la mano vimos la otra cara de Gabino de Lorenzo, complemento de sus planes de choque. Procedió a un plan de privatizaciones, empezando por el servicio de agua y siguiendo por la gestión del cementerio. El personal del Ayuntamiento quedó reducido a un tamaño equiparable a los servicios mínimos de una huelga.
A la vez creó una sociedad para operar en el suelo, Gesuosa, y puso al frente de ella a un hombre de José Ángel Fernández Villa. Y se lanzó a la batalla de los equipamientos: nuevo Carlos Tartiere, auditorio, campo de golf, centro ecuestre… Con ellos empezó el capítulo de los sobrecostes.
En esos años se expropio un palacete modernista, Villa Magdalena, con una estampa inocente, grácil, que arruinó la economía municipal. Valía sobre dos millones de euros y acabó costando más de sesenta.
De Lorenzo sólo dio batallas por el poder. Participó en la conjura para quitar a Sergio Marqués de la Presidencia del Principado y fue el que más bregó para impedir que Cascos fuera el candidato autonómico del PP. En ambos casos siempre estuvo amparado por el poder de Madrid. La única vez que salió de su fortín ovetense fue para encabezar la lista del PP al Congreso de los Diputados y tuvo una derrota estrepitosa que le impidió ir a recoger el acta.
En 2011 hizo gestiones para ser delegado del Gobierno, consciente de que entonces era más interesante mandar en la Policía que en una cuadrilla de concejales. Hizo la losa más grande de Oviedo, pero sobre todo dejó memoria por las deudas.