La detención de Carlos Puigdemont en una localidad del norte de Alemania causa extrañeza. Llevaba cinco meses fugado de España, haciendo fintas a jueces y fiscales gracias al excelente asesoramiento de abogados belgas que están especializados en procedimientos de justicia internacional, y resulta que para trasladarse de Dinamarca a Bélgica comete el grave error de pasar a través de Alemania. A estas alturas, uno pensaba que estaba informado de en qué países podía vivir sin verse amenazado por las órdenes europeas de detención y en cuáles no. Una de las razones por las que el ex presidente de la Generalitat eligió Bélgica como residencia estable fue la inexistencia del delito de rebelión en su código penal. Como rige el principio de la doble incriminación, el ciudadano perseguido por la justicia de un país sólo será devuelto desde otro, cuando en esta segunda nación es delictiva la conducta por la que es perseguido. En el dudoso caso de ser repatriado desde Bélgica, sólo podría ser juzgado por malversación de fondos públicos (el dinero gastado en la organización del referéndum del 1-O, pese a saber que era ilegal). En Alemania existe el delito de rebelión, con un tratamiento parecido al que se da en España. Ahora está en manos de los jueces alemanes. En caso de que argumentara en contra de su entrega a España, un tribunal debería decidir en el plazo de sesenta días.
El periplo del ex honorable por distintos países europeos (en el presente mes visitó Suiza y Finlandia) toca a su fin. El papel que se dio a sí mismo, como embajador de la republicana catalana, una entidad territorial que gozaría en el contexto europeo de un estatus internacional parecido a Kosovo, ha quedado bruscamente interrumpido. Todo esto sucedió a los dos días de quedar encarcelada la cúpula independentista del “procés” y de esfumarse la posibilidad de que Jorge Turull fuese investido presidente. En el momento en que el proyecto independentista es menos viable y se encuentra perseguido por la justicia española, humillado por la indiferencia europea y rechazado por la deserción de las más importantes empresas que estaban localizadas en Cataluña.
Se acerca el fin de la escapada de Puigdemont. Su deseo de ser presidente a distancia no se ha visto cumplido. Tampoco ha funcionado su intento de organizar un poder vicario con Jorge Sánchez sentado en el sillón de presidente de la Generalitat. Cuando todo va mal se tiende a cometer errores; a veces, de manera voluntaria.