La situación en Cataluña es muy lábil. No hay referencias fijas, el curso político se mueve entre la decisión que tome la justicia alemana sobre la extradición de Carlos Puigdemont, los contactos parlamentarios para presentar un candidato a la investidura libre de hipotecas penales, los altercados en calles y carreteras, y la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
En Alemania, el encarcelamiento del ex honorable produce incomodidad. Los grupos de extrema izquierda consideran que debe ser liberado; la extrema derecha ironiza con el celo policial para apresar al prófugo catalán, en cuanto cruzó la frontera, y la desidia para perseguir a los miles de inmigrantes ilegales. Desde posiciones más convencionales se levantan voces contra el papel que va a jugar Alemania en la solución política para Cataluña. La gran coalición de conservadores-democristianos y socialdemócratas repite la postura oficial: es un asunto interno de España. Al final, el punto más problemático para el Gobierno de España está en el cuestionamiento del uso de la violencia por los dirigentes del ‘procés’. Si no hubo violencia, no hay posible acusación por rebelión. Los cargos quedarían reducidos a la malversación de caudales públicos en la organización del referéndum del 1 de octubre. Muy poca cosa.
Mientras las togas alemanas deciden sobre la suerte de Carles Puigdemont, los comités de defensa de la república cortan las autovías en Cataluña. La imagen de violencia incendia las redes y espanta los intereses económicos. Quedó suspendida la Barcelona World Race por falta de estabilidad política. Si se agota el plazo para investir presidente de la Generalitat sin lograrlo y Mariano Rajoy, en virtud de las competencias derivadas del artículo 155 de la Constitución, convoca elecciones para el próximo mes de julio, las pérdidas por turismo en Cataluña serán históricas. Aunque el nacionalismo cultiva el mito de la región eminentemente industrial, Cataluña vive más del turismo que de la industria.
Los tiempos de ‘La Saga de los Rius’ ya pasaron a mejor vida; las arcas catalanas se llenan con los cruceros de lujo (el puerto de Barcelona es el segundo del mundo en recepción de cruceros). Ese tipo de visitante huye de la agitación callejera. Después del homenaje parlamentario a Puigdemont, los más posibilistas negocian la candidatura de Ernest Maragall para presidir la Generalitat. Un fundamentalista radical, de tomo y lomo, con sed de venganza.