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Juan Neira

LARGO DE CAFE

DERECHO DE PERNADA

La compra del chalet de Galapagar por Pablo Iglesias e Irene Montero supuso una conmoción en la opinión pública. Si otro dirigente, de derechas o de izquierdas, hubiera adquirido ese inmueble no hubiera causado semejante impacto. La diferencia entre Iglesias y el resto no está en el tuit que le dedicó a De Guindos por haber comprado un ático de 600.000 euros, sino en que el jefe de Podemos es el único que basó todo su discurso público en zaherir a los ricos desde la trinchera de los pobres. Se presentó en sociedad con el piso heredado en Vallecas, las camisas del hiper más barato, la nómina de novecientos euros de profesor asociado y desplazándose en bicicleta. Ese era el Iglesias que entró en Europa al frente de cinco diputados de Podemos, en 2014, gracias al voto de los damnificados por la crisis económica. El mismo Iglesias que afeaba a Errejón el cambio de vestuario, fue capaz de abandonar el barrio de su infancia para convertirse en propietario de un terreno, vivienda y construcciones anexas, logrando ponerse a la altura del 1% de la sociedad que tiene más patrimonio. No sé si alguna vez fue de los de abajo, pero ahora está claro que está arriba, muy arriba, en la zona confort de los que gozan de más privilegios que derechos.

Siendo todo lo anterior muy llamativo, el plato fuerte del escándalo llegó el fin de semana con la comparecencia de la pareja organizando un referéndum exprés para legitimar la compra del chalet con el voto de las bases de Podemos. Aprueban la operación mercantil o Iglesias los deja huérfanos. Es la primera vez en la historia de España en que una decisión rigurosamente privada de un dirigente se somete al escrutinio de su fuerza política. Iglesias y Montero obligan a todos los militantes de Podemos a solidarizarse con la adquisición del chalet, de modo que los hacen corresponsables de la compra. Después del referéndum (no dudo que será favorable a la pareja), las críticas sobre la mudanza a Galapagar deben dirigirse al conjunto de la fuerza política, porque Pablo Iglesias obtuvo la autorización del colectivo.

El otro aspecto verdaderamente escandaloso es el silencio de los dirigentes de Podemos. De rebeldes a sumisos, de críticos a alineados. Quién diría de esos revolucionarios que habían hecho voto de obediencia. ¿Cómo se van a atrever a atacar el comportamiento ajeno si callan ante el lujo del jefe? En ese contexto, las palabras de Daniel Ripa valen oro. La diferencia entre la afonía colectiva y la voz de Ripa se llama dignidad.

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por JUAN NEIRA

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