El ministro de Cultura y Deportes ha dimitido. Máxim Huerta ha sido la estrella más fugaz de la nutrida constelación de ministros de la Historia de España. Nunca el titular de una cartera se había apeado del cargo en un tiempo tan breve. Estaba tan imbuido en su papel de nuevo converso del deporte que no supo valorar que su historial como contribuyente le ponía a los pies de los caballos. A primeras horas de la mañana ya explicó que diez años atrás había saldado una deuda con la Agencia Tributaria.
En realidad, tuvo que cumplir una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid que le condenaba a pagar 365.000 euros por irregularidades en las declaraciones de Hacienda de tres ejercicios (2006, 2007 y 2008). Màxim Huerta utilizaba una sociedad instrumental para declarar sus ingresos, y años más tarde, con la llegada del PP al Gobierno, este procedimiento dejó de ser legal. Por esos privilegios extraños que tiene la Administración Pública, las declaraciones realizadas a través de sociedades fueron revisadas, como si la retroactividad fuera la pauta de funcionamiento habitual y le tocó pagar. Hasta ahí, para mí, estaba limpio. Ahora bien, el exministro, para pagar menos, convertía los gastos de compra y mantenimiento de una vivienda de veraneo en gastos consustanciales a su desempeño profesional.
Por esa vía coló 91.000 euros en 2006, 133.000 en 2007, y 86.000 en 2008. No puede decir que esos deslices fueran errores, ya que hasta el más estulto distingue entre gastos de segunda vivienda y los gastos inherentes a su trabajo como comunicador de una cadena de televisión. Cometía una falsedad a sabiendas. Con ese borrón, que había dejado huella en el juzgado, es una temeridad aceptar una cartera ministerial.
Al despedirse dijo que lo dejaba para impedir «que el ruido de la jauría parta el proyecto de Pedro Sánchez». En realidad, se va porque lo echa Pedro Sánchez. El primer reflejo del presidente y de su partido fue resistir. Véase las declaraciones de Adriana Lastra. También Mariano Rajoy quería mantener a Cristina Cifuentes.
El paso de las horas le hizo ver al presidente que era mejor apuntarse a ostentar el triste récord de nombrar a un ministro y comprobar cómo se carboniza en seis días que aguantar numantinamente y echar por tierra la gran operación de imagen de traer a Valencia un barco con más de 600 refugiados, el Alto Comisionado para la Infancia y el gobierno con menos hombres del mundo. La Moncloa bien merece minimizar a Màxim.