La campaña de las primarias del PP no ha servido para aclarar el panorama de la sucesión de Mariano Rajoy. Al final de la jornada sabremos si alguno de los seis aspirantes ha ganado con gran ventaja sobre el resto o si se ha producido algo parecido a un empate técnico entre dos o más candidatos. Por las declaraciones de los pretendientes a la vacante dejada por Rajoy no podemos deducir nada sobre su orientación ideológica o su propuesta estratégica.
Decir que Cospedal está a la derecha de Sáenz de Santamaría o a la izquierda de Pablo Casado no pasa de ser un juicio sin base probatoria. Todos asumen la gestión de Rajoy y de Aznar y ninguno propone algo novedoso. Para evitar que sean cromos intercambiables hay que recurrir al talante y de esa manera encontrar rasgos diferenciales. A partir de ahí nadie le negará cara de buen chaval a Casado ni de mujer perspicaz a Santamaría, así como de candidata de formas premeditadamente elegantes y distantes a Cospedal. Quedan otros tres aspirantes de los que solo es fácil recordar a José Manuel García-Margallo, exministro de Asuntos Exteriores de Rajoy; el miembro más culto del gabinete, con diferencia, y el único que se atrevió a ir a Cataluña para discutir con Junqueras ante un auditorio independentista que quedó mudo ante la dialéctica arrolladora de García-Margallo. Su problema es que a los 74 años no es creíble que esté en condiciones de abrir una nueva etapa en el partido. José Ramón García Hernández y Elio Cabanes juegan el papel de los comparsas en la ópera, un rol que va inextricablemente unido al anonimato.
De las urnas quedarán dos candidatos en liza, los más votados para que los compromisarios al congreso del PP puedan decir la última palabra. Un modelo de primarias realmente horrible, porque si los delegados al congreso enmiendan la plana a las bases del partido, el nuevo presidente electo iniciará su mandato enfrentado, objetivamente, a los afiliados del PP. Será el candidato de los cuadros del partido, no de sus militantes de base. En el subconsciente del PP se palpa un recelo hacia los mecanismos democráticos, por eso las bases no eligen directamente al presidente y por eso mismo no hubo un debate televisado entre los seis candidatos.
Las campañas electorales sin debates televisados no dejan de ser una burla para los electores. El pasado año pudimos seguir a través de la pantalla una enconada disputa entre Pedro Sánchez, Susana Díaz y Patxi López. En materia de primarias, el PSOE va muy por delante del PP.