El próximo viernes tendrá lugar en Barcelona un homenaje solemne a las víctimas del atentado yihadista en Las Ramblas del pasado año, en el que un fanático islamista se lanzó con una camioneta, paseo abajo, atropellando a todos los viandantes que estaban a su alcance. En medio kilómetro de persecución dejó un reguero de sangre con trece muertos y un centenar de heridos. El mayor atentado habido en España desde el 11-M; el Estado Islámico no tardó en reivindicar la matanza. El método del camión o coche asesino lo estrenaron los yihadistas en Niza. Tras el siniestro éxito inicial lo llevaron más veces a la práctica, siendo el atentado de Barcelona el que causó un mayor número de muertos después del de Niza. Tras la masacre de Barcelona, los terroristas trataron de volver a golpear en Cambrils, atropellando a peatones, pero los Mossos de d’Esquadra pudieron eliminar a los cinco individuos que habían bajado del coche y trataban de asesinar con cuchillos a los viandantes.
Los atentados fueron la noticia más impactante del verano español de 2017. Cuando ocurrieron hubo una respuesta del Estado y de la sociedad en forma de movilización, el primero representado por Felipe VI y el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y la segunda visible en decenas y centenares de miles de simples ciudadanos que ocuparon la calle al grito de «No temim por» (no tenemos miedo). Durante aquellos días se habló mucho de la amenaza imparable del terrorismo islamista, que solo podría ser contrarrestada con un plan internacional en el que participaran la mayoría de los países, pero a mí me quedó grabado la negativa de los responsables del Ayuntamiento de Barcelona a poner bolardos en las Ramblas, cuando habían sido recomendados por los servicios de seguridad para evitar la utilización de camiones, autobuses o coches, como arma mortal contra los pacíficos paseantes. Según los concejales, si los terroristas pretendían un día atentar contra la sociedad la colocación de bolardos no serviría para nada.
Al llegar el primer aniversario, los independentistas consideran una injerencia molesta la presencia del Rey en el acto de homenaje. Hay que ser fanáticos para anteponer su visión crítica sobre la Jefatura del Estado o sus cuitas con los constitucionalistas, al homenaje solidario del Estado y de la sociedad a las víctimas y las familias. Dentro de la Unión Europea, solo en España suceden cosas así. El Gobierno socialista debería hablar alto y claro.