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Juan Neira

LARGO DE CAFE

COVADONGA, CRÍTICA IDEOLÓGICA

Si en cualquier comunidad autónoma lograran celebrar, en el día de la fiesta regional, los 1.300 años del origen del Reino, el centenario de la coronación de su icono más popular, y los cien años del primer parque nacional del Estado, sumado todo ello a la visita de los Reyes y de la heredera de la corona -que realiza su primer acto oficial-, la alegría y el orgullo serían unánimes; la fiesta y los fastos dejarían huella.

En Asturias, la mayor parte de los ciudadanos sienten la importancia de la triple conmemoración, pero hay un sector pequeño, aunque muy influyente, que discrepa de todo lo que representa Covadonga, empezando por la batalla, el papel de Pelayo, la significación religiosa, y la relación entre la victoria del bando de los astures con la posterior formación de España.

Mientras cientos de miles de turistas se acercan cada año a Covadonga, desde distintos puntos de España, para conocer el escenario del origen común, en el interior hay presentada una enmienda a la totalidad del relato que merece una reflexión.

La secuencia oficial sitúa a Covadonga como el inicio de un largo proceso cuyo final es la rendición de Boabdil en Granada y la unidad de un territorio que se dio en llamar España, tras el lazo de los reinos de Castilla y Aragón.

NACIONALISTAS

Este hecho supone un “casus belli” para los nacionalistas de esta tierra que estarían dispuestos a festejar Covadonga y encumbrar a Pelayo si la estación término hubiera sido el Reino de Asturias.

Como el tren de la historia no se detuvo y Covadonga se convirtió en “la cuna de España”, apuestan por quitarle importancia, rebajar la batalla hasta dejarla en choque incidental, y dar a entender que en el devenir histórico Covadonga no tuvo influencia.

En este punto quisiera hacer una digresión. Es muy llamativo el paralelismo de las críticas hacia Pelayo y Rodrigo Díaz de Vivar. Ambos personajes son relativizados hasta dejarlos reducidos a anécdotas por los excesos de sus leyendas. A saber, el primero habría ganado la batalla de Covadonga con el escueto apoyo de 300 indómitos guerreros, frente a un ejército de decenas de miles de hombres, y la cabalgada del cadáver embalsamado del segundo provocaría la estampida de los musulmanes.

Los críticos, siempre los mismos, hablan de la “escaramuza” en las estribaciones del monte Auseva, y también de “escaramuza” cuando el cadáver del Cid es transportado de Valencia a Burgos. En vez de interpretar lo que son las leyendas, las toman al pie de la letra para descalificarlas como si trataran de ser pruebas objetivas, para así quitar importancia a los protagonistas.

Lo de menos es que la batalla de Covadonga haya sido en 722, según la datación de Sánchez Albornoz, comúnmente aceptada, en vez de 718 (fecha en que don Pelayo y sus seguidores rechazan el vasallaje de pagar tributos a Munuza). Lo de menos es que a don Pelayo lo acompañaran un grupo más numeroso de rebeldes, lo cierto es que era una minoría frente al ejército de miles de bereberes. Lo de menos es que el empuje y la vigencia de Al-Ándalus siguieran intactos tras la derrota de Covadonga.

Lo que importa es que un reducido espacio al norte de la cordillera Cantábrica, tras la batalla de Covadonga, queda liberado de la jurisdicción musulmana. Que don Pelayo, aunque no es coronado, da paso a una dinastía, la monarquía asturiana, que tiene relaciones con Carlomagno y que persigue a los musulmanes hasta Lisboa (Alfonso II). Lo que importa es que el reino de los astures (Alfonso III) trasladó, posteriormente, su capital a León. Los reyes de León ampliarían la frontera hasta el río Duero.

RELIGIÓN

La visión crítica de nacionalistas y regionalistas se complementa con la desarrollada por otro sector, ahormado por la tradición de izquierdas, que ve cómo Covadonga abre el paso a símbolos y contenidos por los que sienten profundo desagrado: la religión, la monarquía, Gil Robles y el franquismo.

Este sector, asombrosamente, desdeña el papel de la religión en el enfrentamiento entre moros y cristianos, anteponiendo los motivos económicos como causa de la mala convivencia entre ambos. Un autor tan poco sospechoso de tener simpatías con la Iglesia Católica, como Carlos Marx, cita a la Alta Edad Media como la única época de la historia en que la religión era el elemento dominante en la sociedad, como lo había sido la política en el mundo clásico.

Yo entiendo el enfado de los críticos, sobre todo si nos olvidamos de Pelayo y pensamos que el festejo por los 1.200 años del origen del Reino de Asturias fue acompañado de la solemne ceremonia de coronación de la “Santina”, con Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battemberg, como singulares testigos de ella en la basílica de Covadonga.

Unos meses más tarde, Alfonso XIII, en el Cerro de los Ángeles, consagró España al Sagrado Corazón, en la ceremonia de culto más propagandística realizada en el primer tercio de siglo.

Por cierto, los actos de ayer estuvieron muy bien meditados. Se optó por una ceremonia que concordaba con la importancia del acto, sin llegar al límite de incomodar al Gobierno de España y su socio (Podemos), tan sensibles como son a toda liturgia gestual.

La crítica hacia el “covadonguismo”, etiqueta que se endosa al relato oficial de Covadonga, ha propiciado que nuestros escolares tengan un conocimiento epidérmico de la monarquía asturiana. El Prerrománico se presenta ante la sociedad como algo aislado, fuera de contexto.

Hace menos de un año, en una entrevista en Canal 10 con uno los dirigentes de la izquierda más conocidos de Asturias, hablando de los terrenos de la Fábrica de Armas de Oviedo que están situados en frente de la iglesia prerrománica de San Julián de los Prados, mandada construir por Alfonso II el Casto, me espetó: “en esos terrenos le puso un palacio Alfonso II a su amante”. Sin comentarios.

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por JUAN NEIRA

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