La política, como la vida, es una extraña mezcla de previsibles rutinas y morrocotudas sorpresas. Lo que ocurre con el Gobierno de España es un buen ejemplo. Tras un inicio de mandato idílico proyectando una imagen de simpatía a los ciudadanos, empatía hacia los inmigrantes y cercanía con los independentistas, las cosas se torcieron de golpe.
No falló la táctica del Gobierno orientada a halagar al público endulzando los problemas y prometiendo golosinas; ni fracasó la estrategia de afianzarse en el poder por la vía de aislar al PP y a Ciudadanos del resto de fuerzas políticas; tampoco se desmoronó la heteróclita alianza de partidos que sirvió para armar la moción de censura; ni se perdió el ingenio de utilizar la demagogia presentando la reapertura de la gran tumba de Cuelgamuros como gran conquista histórica: el único faraón que sacan de su Pirámide
El Gobierno se agrietó por culpa de sus ministros. Entiéndase bien, no es que los titulares de las carteras patinaran en el ejercicio de sus funciones. Apenas transcurrió tiempo para hacer un balance de gestión (quizás la excepción es Carmen Calvo que ya está claro que no nació para ser vicepresidenta del Gobierno. Su parecido con Soraya Sáenz de Santamaría o Teresa Fernández de la Vega, por no hablar de Alfonso Guerra, es pura ilusión óptica).
Los errores que desprestigian al Gobierno los cometieron sus miembros cuando todavía no formaban parte del Consejo de Ministros. Dicho de otra manera, el Gobierno pena por culpa de su pasado: los fraudes fiscales de Máxim Huerta, el plagio del trabajo fin de máster de Carmen Montón, las copas tomadas por Dolores Delgado con el comisario José Manuel Villarejo, los olvidos de Pedro Duque en el cumplimiento de las obligaciones tributarias. Y la condición de coautor de Pedro Sánchez en su propia tesis doctoral.
No hay un átomo de política en las actuaciones personales que dañan al Gobierno. Tampoco son fallos profesionales. Se trata de asuntos distintos que desembocan en un déficit de honradez. Tras tanta corrupción, el comportamiento ético que exige la opinión pública se compadece mal con los trucos y trampas de los personajes que llamó Pedro Sánchez para formar gobierno.
Casting
Primera conclusión: el casting al que sometió el presidente a los ministrables fue desastroso, hasta el punto de que no detectó que Màxim Huerta tenía una sentencia condenatoria reciente. O que el máster de Montón ya era controvertido en Valencia. O que Dolores Delgado tenía amistades peligrosas y enemigos relevantes dentro del propio Gobierno, como Margarita Robles.
Tampoco cayó en la cuenta Pedro Sánchez que había llegado a la Moncloa por la vía del argumento ‘ad hominem’. La cacería de la que se quejan Celaá y Ábalos viene del anterior mandato, sólo que ahora cambiaron las tornas.
Pedro Sánchez debería de saber que siendo su mandato plenamente legal, tiene una escasa autoridad moral, ya que es distinto gobernar, como Rajoy, tras ganar tres elecciones generales consecutivas, que haber perdido en los dos comicios que participó sacando los peores resultados de su partido.
La triunfadora moción de censura contra Rajoy enseña que interesa más centrarse en los fallos personales que en la política que se propugna. Con el mantra de demonizar las supuestas privatizaciones, la izquierda y los nacionalistas habían hecho una estéril política de oposición.
Al empezar a encadenarse los escándalos Pedro Sánchez creyó que podía parar el vendaval con el trampantojo del fin de los aforamientos; el personal se distrajo durante 24 horas hasta comprobar que el proyecto era un churro (en caso de cometer delitos de corrupción los políticos iban a seguir aforados). A las 48 horas la gente no se perdía detalle de las grabaciones de Dolores Delgado.
Segunda conclusión: lo más acertado es sentar en la mesa del Consejo de Ministros a políticos contrastados, no a un grupo de aficionados que predican la justicia social sin perder ellos prebendas.
El Gobierno está desautorizado y en manos de Pablo Iglesias. El retraso de Pedro Sánchez en regresar a España es de lo más elocuente. Ante este cuadro de cosas, el adelanto electoral gana enteros en las apuestas.
Adelanto
Tercera conclusión: un partido que tiene 84 diputados nunca debe intentar gobernar solo, a no ser que asuma desde el principio que el mandato es provisional, destinado a hacer una sola cosa.
Desde el principio me pareció que Pedro Sánchez tenía claro que su misión era dar la vuelta a las encuestas (cuando llegó a la Moncloa, el PSOE figuraba en tercer o cuarto lugar en los sondeos). Las dimisiones y los escándalos hacen mella en la opinión pública. Aun así, creo que el presidente todavía dispondrá durante varias semanas de una ventana de oportunidad para convocar a los electores y sacar beneficio de las urnas.
Lo único que se contradice con lo anterior es el afán del Gobierno en poner en la calle a los cabecillas de la revuelta contra el orden constitucional. Cada día sale un dirigente a pedirlo. Pacificar Cataluña es labor para un gobierno fuerte, no para el actual, con el presidente en el burladero de la ONU y los ministros acosados por su pasado.