En el acto de entrega del premio de comunicación, Antena de Oro, Javier Fernández realizó algunas reflexiones de carácter personal cuando está a punto de reintegrarse en la sociedad civil, como un jubilado más dentro de los 300.000 pensionistas que hay en nuestra región.
En los meses previos a terminar su carrera política, el presidente del Principado vuelve la mirada hacia atrás para decir que el pasado «no es lo que pasó, sino lo que recuerdas». Una frase cierta cuando no hay otra fuente de recreación del pasado que la memoria propia, pero cuando se es un político relevante, la memoria del resto (compañeros, vecinos, electores, ciudadanos) se proyecta sobre el personaje, ocupando los huecos que deja el olvido. Recuerdo cuando Giscard d’Estaing (expresidente de la República francesa) dejó de leer los periódicos, oír la radio y ver la televisión para evitar que la mente pudiera reconstruir su pasado. Javier Fernández señaló que al abandonar la política «recuperas el derecho de decirle a algunos que se vayan al cuerno». Ampliar las cotas de libertad es una conquista estimulante. La posibilidad de que un político despache con cajas destempladas a alguien no es una conquista asociada al abandono de la actividad pública, sino una licencia que se puede tomar cuando alcanza la edad provecta. Javier Fernández, a unas semanas de cumplir los 71 años, ya puede hacer cosas que le estaban vedadas cuando era un simple senador o portavoz socialista en el Congreso. Ejemplo de ello, son sus ausencias cuando Pedro Sánchez visita Asturias. La libertad de los ‘séniores’, su capacidad para hablar sin temor a incomodar a los demás, es lo que da un mayor valor a sus declaraciones, discursos, críticas, etcétera.
En su rápida mirada al pasado, el presidente del Principado siente añoranza por los tiempos en que «la burocracia de los partidos no actuaba con lógica caníbal». En este punto disiento de su valoración. Dentro del propio Partido Socialista, el aparato laminaba a los discrepantes tanto antes como ahora. En el resto de los partidos ocurre lo mismo, o más. El sectarismo en el interior de los partidos políticos no es un mal específico de esta democracia. El simple hecho de votar a una persona para un cargo determinado de forma distinta al aparato siempre implicó ganarse la etiqueta de ‘enemigo’ en la organización. El sectarismo se prolonga hasta el presente, donde las amistades más sólidas se rompen por las luchas de poder en el interior de los partidos.