Cuando Pedro Sánchez planeó celebrar una reunión del Consejo de Ministros en Barcelona tenía en la cabeza una cita distendida que ayudara a reforzar los lazos con los socios independentistas de la moción de censura. No imaginó que el encuentro tuviera lugar en una época de gran tensión en Cataluña, con todo tipo de colectivos ocupando las calles con sus reivindicaciones laborales, mientras los Comités de Defensa de la República (CDR) se alzan como única autoridad del espacio público, dosificando el tráfico de camiones por las autopistas y arremetiendo contra el que les lleve la contraria. En Cataluña, el Estado ha desertado (gravísima responsabilidad) y las instituciones autonómicas se inhiben para ceder el poder a los matones de calles y carreteras. En ese contexto, Pedro Sánchez acudirá con sus ministros a Barcelona para reunirlos en Consejo. Millones de españoles y catalanes queremos medidas reales para que Cataluña retorne a la legalidad y Pedro Sánchez se conforma con ofrecer gestos.
A los pocos días de instalarse en el palacio de la Moncloa, Sánchez recibió a Quim Torra, como señal de normalización democrática. De ese encuentro nació la idea de devolver la visita. Hace unos días, el Gobierno negaba que se viera el presidente con el ‘president’. Ahora, con el ambiente cargado de tensión, Sánchez ofrece un encuentro de perfil bajo, mientras Torra prefiere una sesión de trabajo entre delegaciones de los dos gobiernos, como si Cataluña fuese Italia. El debate político está sobre los dos formatos de reunión. El inefable Pablo Iglesias, verdadero tonto útil de los independentistas en su lucha contra los constitucionalistas, asegura que la reunión de los dos gobiernos sería una buena idea porque mandaría un mensaje de entente institucional. Todo lo que beneficie a los independentistas lo celebra Iglesias. Quiere la apariencia de normalidad cuando Cataluña se ha convertido en un esperpento.
De nada sirven las reuniones en formato reducido o amplio cuando la verdadera cuestión candente estriba en que el Gobierno tiene que mandar a mil policías por delante para que se pueda celebrar en Barcelona un Consejo de Ministros. Y pese a ello están temblando no vaya que los 8.000 mossos que están allí movilizados se pongan en modo referéndum, con gorra de plato y zapatos de vestir, dispuestos a convertirse en observadores de la actuación de los CDR. Y después se extrañan que los andaluces hayan votado distinto a otras veces.