Gaspar Llamazares ha mandado una carta al coordinador general de IU Asturias, Ramón Argüelles, en la que ofrece no presentarse a las elecciones primarias para encabezar la candidatura autonómica si con ello contribuye a evitar la intervención de la dirección federal de Alberto Garzón en la organización asturiana. Quiere que la militancia decida libremente sin verse forzados a cerrar filas con él. Manifiesta su temor a que su hipotética candidatura se convierta en un obstáculo para el avance de la izquierda.
La carta es tan impecable como necesaria. Llamazares no quiere ser la disculpa que utilice Madrid para desarticular la dirección regional que tanto les ha defraudado. Si las bases consideran que el portavoz parlamentario les metió en un lío, ya anuncia por anticipado que se quita de en medio. Si por el contrario, quieren que sea nuevamente el candidato autonómico pueden decidirlo con absoluta libertad, sin hipotecas sentimentales.
Los afiliados deben tomar las decisiones guiados por argumentos políticos, no por cercanías o lejanías personales. En esta coyuntura, Llamazares es el hombre a batir por la dirección federal porque representa un peligro grave y concreto: la posibilidad de encabezar la candidatura que obtenga el mayor número de diputados de IU en las trece comunidades autónomas donde se celebran elecciones. En las autonómicas de 2015, ya fue la lista más votada. En esta ocasión, por decisión de Garzón y su gente, IU va a ir incrustada dentro de las candidaturas de Unidos Podemos, un tinglado electoral, ideado por Pablo Iglesias, que va de fracaso en fracaso (en la últimas elecciones generales perdieron un millón de votos y en los comicios andaluces del 2 de diciembre se dejaron 300.000 sufragios). En Asturias, los afiliados eligieron concurrir con una candidatura autónoma dejando los posibles pactos para el periodo postelectoral. La candidatura asturiana pierde fuerza sin el concurso de Llamazares. No obstante, no es este el principal elemento de reflexión para decidir en el conflicto abierto con Madrid.
Las tensiones entre las direcciones de Garzón y de Ramón Argüelles han llegado demasiado lejos como para pensar que con la retirada de Llamazares volverán las aguas a su cauce. La dirección asturiana ha decepcionado a los burócratas madrileños y aprovecharán cualquier disculpa para recortar sus alas. Para ese trance, mejor no prescindir de Llamazares y de una buena expectativa electoral.