Cuando faltaban cuarenta y ocho horas para la concentración convocada por los partidos de derecha, en Madrid, para protestar por los pactos del Gobierno socialista con los partidos independentistas, Sánchez movió pieza para desactivar la movilización popular procediendo a una rectificación en toda regla: se rompe el diálogo con PDeCAT y ERC y se manda a la papelera la figura del relator. Donde dije digo, digo Diego. Pedro Sánchez vuelve a demostrar la capacidad que tiene para decir una cosa y la contraria en un lapso mínimo de tiempo. Aunque sólo lleva ocho meses gobernando, las rectificaciones de Sánchez constituyen ya un clásico de la política española. La reiteración de esa práctica conlleva que sus afirmaciones carezcan de solidez. Se mueve en función del rendimiento electoral que tengan sus palabras o acciones; aunque tenga el mismo criterio sobre la negociación con los catalanistas, se desdice cuando percibe que el coste es mayor que el beneficio.
El anuncio de la movilización de la derecha fue el elemento decisivo para desandar el camino, pero también influyó el revuelo en el interior del PSOE. El Partido Socialista nunca puso en duda la unidad de España y a la mayoría de sus dirigentes les resulta indigerible una negociación con los catalanistas en que se margine a las instituciones democráticas y se replantee la posición de Cataluña con respecto a España, con un mediador coordinando la mesa del diálogo. Ante la movilización social y el malestar interno, Pedro Sánchez dio con la puerta en las narices a los independentistas. ¿Es una decisión definitiva? Salvo que haya una convocatoria electoral a corto plazo, no puede ser una decisión firme porque la viabilidad del Gobierno depende de la entente con Podemos y los nacionalistas.
Lo único cierto es que la finalización de las negociaciones cancela la iniciativa política tomada el 4 de diciembre, tras el sopapo de las elecciones andaluzas, cuando Pedro Sánchez en una entrevista en televisión anunció la presentación del proyecto de presupuestos sin tener asegurado otro apoyo que el de Unidos Podemos. Dos meses más tarde, la ruptura con los nacionalistas coloca al Gobierno ante la realidad de trabajar con los presupuestos heredados de Rajoy y sin poder hacer demagogia con unas cuentas infladas. Iván Redondo -el Rasputín de Sánchez, o cualquier otro miembro del gabinete de estrategia, ya estarán pensando en cómo utilizar el 8 de marzo para no tener que convocar elecciones.