Pedro Sánchez y su equipo no improvisan. Todo lo que hacen se ajusta a un plan previamente trazado. Están dispuestos a ganar la batalla de la investidura, una victoria que, de sustanciarse, será a costa de Unidas Podemos. La tarea de agosto consistió en convencer a la opinión pública de que la opción del gobierno de coalición está agotada. El programa electoral fue el instrumento utilizado para dejar de hablar de alianzas y centrarse en las promesas para la legislatura. Las 370 propuestas para gobernar son hilarantes, porque parecen escritas a medias con Pablo Iglesias. Con la amenaza del estancamiento de la economía las propuestas constituyen un guión para un mundo feliz. Cuando se quiere hacer demagogia se confunde gobernar con gasto público. ¿Cómo se paga la fiesta? La pregunta que nunca obtiene respuesta. Al candidato no le preocupa la deuda de España, mientras el Fondo Monetario Internacional nos considera el segundo país del mundo con una deuda más preocupante. Sánchez tampoco se plantea cómo se pagarán las pensiones, solo está interesado en prometer nuevos trasvases de renta para las clases pasivas. No hablo ya de cuestiones como la productividad, que está por los suelos, ya que estas cosas sólo sirven para quitar protagonismo a las medidas sociales.