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Juan Neira

LARGO DE CAFE

LA SEGUNDA VUELTA

La presentación en sociedad de Más País ha venido acompañada de cambios en el espacio político de la izquierda radical. Aliados de Podemos se desligan del partido morado para implicarse en la plataforma electoral de Íñigo Errejón. Dos diputados podemitas en Murcia han renunciado al acta autonómica para enrolarse en las filas de Más País.

Los hechos son más elocuentes que las palabras: el electorado de Unidas Podemos se va a escindir en dos. Los ciudadanos que votan a Podemos o a IU tendrán la oportunidad de elegir una tercera opción que se sitúa también a la izquierda del socialismo.

Es curioso que siendo el PSOE, por excelencia, el partido mayoritario de la izquierda, las nuevas fuerzas (Podemos, Más País) que emergieron en ese campo tengan un perfil mucho más parecido a IU que al grupo mayoritario. No tienen un pelo de socialdemócratas.

Podemos y Más País se parecen en la misma medida que lo haría un partido creado por Alfonso Guerra al PSOE de Felipe González. La nueva formación es el resultado de un desencuentro personal.

Tres izquierdas

El día que se dio a conocer Más País, Pablo Iglesias criticaba el nuevo proyecto porque no veía sustancia política, sino la escenificación de una actitud (llegar a acuerdos, ser el muñidor de mayorías).

No repara el máximo líder podemita que es precisamente su actitud, su estilo, su forma de relacionarse con los dirigentes de la organización, la que ha contribuido al retroceso de Podemos. La purga en la cúpula del partido morado no tiene precedentes en la democracia. Tampoco nadie se había atrevido a convertir una pareja de novios en la bicefalia de un partido parlamentario. A veces, cambiar de actitud es un avance revolucionario.

A la siniestra del PSOE habrá una izquierda radical de rostro autoritario y otra que comparte los mismos objetivos, pero con el compromiso de llegar a acuerdos. Para alcanzar pactos de gobernabilidad es importante que Errejón diga muy claro cómo piensa actuar ante el conflicto catalán. Ese asunto marca una raya que separa a los constitucionalistas de los aventureros. Debería de decir que los separa de los enemigos de España, pero dejémoslo para otra ocasión que, por desgracia, la vamos a tener.

Si en las elecciones de abril la novedad estaba en las tres derechas, en noviembre comparecerán, por primera vez, tres izquierdas. En la derecha la frontera electoral más permeable está entre PP y Ciudadanos, y en la izquierda se sitúa entre Unidas Podemos y Más País, dos partidos que tienen la cualidad de los vasos comunicantes.

Pedro Sánchez sorprendió diciendo que el voto en noviembre será pragmático, no ideológico. Lo dice el gran beneficiado por el mantra de que «viene la extrema derecha». La campaña de la izquierda en las elecciones de abril pivotó sobre el miedo al «trifachito». Nadie sacó tantos réditos de la aparición de Vox como el candidato socialista. Tiene que estar muy agradecido a Santiago Abascal.

Bipartidismo

¿A qué aludía el presidente en funciones cuando hablaba de pragmatismo? Se refería al voto útil. En esta ocasión, Sánchez argumentará sobre la necesidad de concentrar el voto. Es un enfoque lógico, porque la cita de noviembre será interpretada por la gente como una segunda vuelta de los comicios de abril. Los ciudadanos tenderán a primar a los grupos que lideran los dos bloques ideológicos, que es tanto como resucitar el bipartidismo.

Esa tendencia se verá tamizada por algunas cuestiones que pesarán en las urnas. La primera es la abstención. Por más que el escepticismo del electorado vaya a menguar según se acerque el domingo electoral, no cabe duda que votará menos gente que en primavera. La abstención es la respuesta natural al sentimiento de estafa que recorre al cuerpo electoral.

Estamos llamados a las urnas porque los cuatro líderes nacionales estaban disconformes con el resultado obtenido el 28 de abril. Pedro Sánchez esperaba más, prueba de ello es que desde julio puso rumbo a las elecciones generales y dejó de negociar. Algo parecido cabe decir de Pablo Iglesias, como se deduce del rechazo a la oferta de integrarse en el Gobierno. Pablo Casado estaba sonrojado con los 66 escaños obtenidos y tenía prisa por volver a votar, a ver si borra la mancha. Albert Rivera está en una campaña de deslegitimación del presidente en funciones que pasa por tentar la suerte de nuevos comicios: cualquier cosa menos que se consolide Sánchez en la Moncloa.

La abstención se analiza últimamente en clave positiva: quién movilizará más a su electorado. Tengo mis dudas de que sea el PSOE, aunque de las encuestas cabe deducir que así va a ser.

Otro asunto que va a influir en el electorado es el recrudecimiento de la crisis catalana. Los que crean que es una cosa distinta, sin incidencia en la gobernabilidad del Estado, harían bien en recordar cómo la pasividad de Rajoy arruinó electoralmente al PP: de 186 diputados a 123. Por cierto, la agudización del conflicto en Cataluña beneficia a Vox en mayor medida que a PP y Ciudadanos.

A falta de una mayoría parlamentaria homogénea tras el 10-N, confiemos en que los partidos sean más responsables. Si no saben aportar soluciones, al menos que no se empeñen en ser el principal problema.

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por JUAN NEIRA

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